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Muerte en el Peñón del Negro

  • Crimen. Los autores pretendieron hacer creer a los investigadores que la muerte de la víctima fue obra de los maquis. Dos semanas después, la Guardia Civil ya había dado con ellos

Dos jóvenes residentes en Gérgal fueron condenados por el asesinato de un guarda jurado.

Dos jóvenes residentes en Gérgal fueron condenados por el asesinato de un guarda jurado. / d.a.

El 4 de agosto de 1948 la Audiencia Provincial de Almería condenó a dos jóvenes vecinos de Gérgal como los autores de la muerte violenta del guarda jurado Cecilio Márquez Carreño, al que asesinaron fríamente a tiros en un cortijo y cuyo cadáver trasladaron posteriormente hasta un camino en plena sierra donde simularon que la victima falleció durante un forcejeo con unos asaltantes implicando a una supuesta partida de maquis asentados en aquellas fechas por estas sierras.

La mañana del 9 de noviembre de 1944 dos jóvenes de Serón, aunque residentes circunstanciales en Gérgal planificaron de común acuerdo asesinar al guarda jurado encargado de la vigilancia de la zona de cortijos quien en varias ocasiones anteriores les había reprendido al sorprenderlos furtivamente por las fincas con dudosas intenciones lo que provocó en ellos un feroz odio hacia el agente.

Los asesinos queríanponer punto y final a laincomodidad que lessuponía el guarda jurado

Ese día. José López de 26 años de edad y Miguel Lorente de 24 años estudiaron a fondo la situación de incomodidad que el guarda les provocaba y decidieron pasar a la acción. Sabían que a media mañana el guarda solía ir hasta el cortijo "Polonio" en el que vivía una joven, María López de 24 años junto a sus dos niños de corta edad donde solía descansar un pequeño rato antes de proseguir su recorrido por la sierra. Los jóvenes llegaron antes, uno de ellos, José López armado con una escopeta de dos cañones se escondió en el corral del cortijo, mientras el otro le esperaba en el interior de la finca llevando oculta entre las ropas una pistola de pequeño calibre

Poco después, en torno a las diez y media de la mañana, se presentó el guarda en el cortijo quien nada más entrar y saludar fugazmente a Miguel Lorente dejó su escopeta apoyada en la pared junto a la chimenea, sentándose a liarse despreocupadamente un cigarrillo. El joven aprovechó el momento confiado del guarda para acercarse hasta el arma y apoderarse de la misma saliendo precipitadamente a la calle. Al darse cuenta de que el muchacho se llevaba su escopeta, Cecilio Márquez salió apresuradamente tras él. Antes de cruzar el umbral de la puerta del cortijo sonó un disparo y el guarda cayó fulminado. El otro sujeto al verle caído en el suelo regresó sobre sus pasos y con la escopeta del propio guarda le efectuó un nuevo disparo. Unos minutos después al ver que la victima aun permanecía con vida, Miguel Lorente con una terrible sangre fría sacó la pistola que llevaba rematándolo de un tiro.

En una esquina del comedor María López asistía atónita e impotente al cruel asesinato. Los dos jóvenes la encañonaron amenazándola de muerte si gritaba o intentara escapar pidiéndole una jarapa y varias cuerdas donde posteriormente envolvieron el cadáver del guarda subiéndolo a la grupa de una caballería. Los criminales antes de irse con su macabra carga le encargaron encarecidamente a la mujer que si alguien preguntaba por la victima dijese que al guarda se lo habían llevado unos desconocidos.

Nada mas irse del cortijo los dos jóvenes, María López presa del pánico salió huyendo de la vivienda con los niños, abandonando los animales y dejando la casa abierta. Huyó a la sierra y un día mas tarde logró llegar hasta Serón para encontrarse con el hombre con el que mantenía relaciones y que era el padre de los menores.

El cadáver de Cecilio Márquez apareció junto a un pequeño camino en el paraje del Peñón Negro. Los asesinos colocaron su cuerpo para que diese la sensación de que fue asesinado allí mismo por alguien que le atacó para robarle. Colocaron una mano del muerto en uno de los bolsillos del pantalón y junto a su morral dejaron un cuchillo partido en dos. Remataron su acción escondiendo las escopetas y la pistola en un barranco próximo regresando al pueblo, querían aparentar que el crimen era obra de alguno de los fugitivos de la justicia miembros de una partida de bandoleros o maquis como también solían llamarles.

Conocido el crimen, dos semanas más tarde la Guardia Civil puso a los asesinos a disposición de la Justicia. Fueron unos días intensos, donde la Benemérita interrogó a numerosas personas hasta que finalmente obtuvo pistas sólidas acerca de la identidad de los asesinos.

La sentencia de la causa, sumario 25/44 condenó a José López García y Miguel Lorente García a las penas de 27 años de prisión, mientras que María López, detenida por estos hechos el 12 de noviembre de 1944 en la localidad de Serón e ingresada en prisión, fue absuelta al considerar la sala que no hubo complicidad alguna con los procesados sino que la mujer actuó bajo amenazas y miedo insuperable.

Unos años antes y también en el término municipal de Gergal, otro guarda jurado fue asesinado por un pastor obsesionado, porque según este sujeto el vigilante de una finca le estaba haciendo la vida imposible. El pastor lo asesinó fríamente por la espalda cuando la victima tras finalizar su trabajo en una de las fincas se dirigía a la sierra.

El hecho ocurrió el 7 de mayo de 1935. La hora del crimen se situó entre las ocho y las nueve y media de la mañana, cuando el guarda jurado José Martínez Hernández de 48 años de edad caminaba por el paraje conocido como "La Trinchera del sepulcro". Allí, agazapado y oculto entre unas rocas y matorrales le acechaba el pastor. Su victima tenía que pasar forzosamente por este estrecho y angosto camino donde en un recodo le esperaba escondido Antonio Espinar Sánchez de 64 años dispuesto a llevar a cabo su premeditado y criminal plan.

A una distancia de escasamente cuatro metros le descerrajó dos tiros con la escopeta de caza que llevaba. El infortunado guarda no tuvo tiempo de reaccionar, sin que le diese tiempo a hacer uso de su arma ya que fue alevosamente tiroteado por la espalda cuando ya había traspasado el lugar en que se escondía su asesino. Los impactos le provocaron la muerte en el acto. El pastor, viudo y padre de varios hijos fue detenido el mismo día del crimen por la Guardia Civil cuando se encontraba en su propia vivienda. Al parecer hubo alguien que andaba por esos andurriales quien a lo lejos vio al pastor deambular por aquel lugar por lo que una vez conocido el crimen en el pueblo no dudó en informar a la Guardia Civil de sus sospechas. Una vez en presencia de los agentes, tras ser "hábilmente" interrogado Antonio E. confesó su crimen e ingresó en la cárcel de Almería donde tras ser juzgado cumplió una pena de treinta años de prisión.

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