El reportaje

Los camarines de Fondón Adoctrinamiento y esplendor del espacio sacro en el Barroco

  • Para satisfacer la religiosidad familiar, en el templo surgirá un nuevo elemento espacial, sustitutivo del nicho central del retablo: el camarín, entidad con vida propia, en alto para garantizar la visión de la imagen

EL deseo de intimidad, soledad y silencio para comunicarse con la divinidad encontró en el Barroco su marco idóneo. Para satisfacer esa religiosidad familiar, en el templo surgirá un nuevo elemento espacial, sustitutivo del nicho central del retablo: el camarín, entidad con vida propia, en alto para garantizar la visión de la imagen. Éste como tal surge en España en el siglo XVII, alcanzando su plenitud en el XVIII y, si en otras tierras encontramos excelentes ejemplos, es en la Andalucía Alta donde el camarín barroco adquiere su mayor esplendor, a veces engastado en templos preexistentes, caso de Fondón y Benecid.

El camarín frecuentemente se convertirá en estancia suntuosa, de proporciones amplias y ricamente decorado, como ocurre en los de las citadas iglesias. En todo caso, aun en los más sencillos (Virgen de las Angustias de Fondón) se convierte en espacio de carácter trascendental, verdadero fanal para guardar y mostrar la imagen objeto de culto.

En el Barroco se piensa que el adoctrinamiento sería más eficaz en el marco de un lenguaje visible y emocional para impresionar a los fieles: arquitectura, escultura, pintura y artes suntuarias se alían con esa finalidad, al hacer más visible una escenografía al servicio de la religión.

En la citada época todo parece ascender, este anhelo y la evolución de la técnica determinaron la elevación cada vez mayor de las cúpulas, para cubrir el crucero.

Estructuralmente la iglesia parroquial de San Andrés en Fondón, de apreciable horizontalidad, no permitía recurrir a esto, sin embargo la pretensión a la magnificación del espacio y al simbolismo del templo por la altura, se consigue plenamente con el camarín del Santo Cristo de la Luz y sobre todo por su alta y airosa torre, de una excepcional verticalidad, que desplaza al espacio externo el

lenguaje de la religión, dominando el caserío y haciendo, como el lector puede apreciar, que en pocos centros urbanos se perciba el sentido intenso del volumen con mayor nitidez que en Fondón, debido a su emplazamiento, localización espacial y ser un núcleo de población pequeño.

Los espectaculares camarines de las grandes ciudades andaluzas del Barroco, Málaga y Granada especialmente, y de las medias caso de Antequera, pueden tener explicación. Lo que sí constituye un hecho excepcional es el extraordinario conjunto de camarines del pequeño núcleo rural de Fondón, en la Alpujarra Oriental Almeriense, que a mediados del siglo XVIII contaba con unos 1.337 habitantes.

El camarín del Santo Cristo de la Luz (1761-1770), en la iglesia parroquial de San Andrés, es de un armonioso efecto espacial, incrementado al cubrirse mediante airosa cúpula, decorada con rico programa de pintura mural.

En Benecid, anejo de Fondón, al viejo y sencillo templo de San Juan Bautista, mudéjar del siglo XVI, se le agregó el camarín (1751) de la Virgen de la Piedad, espacio de preciosismo decorativo, efectista y alegre, frente al dramatismo de la Pasión del camarín del Santo Cristo de la Luz de Fondón.

El esfuerzo de Fondón parece no tener límites a la hora de dotar a los santos y vírgenes de su devoción de camarines. El de la ermita de Nuestra Señora de las Angustias es bastante más reducido y de estructura más sencilla que los otros dos existentes en el municipio, si bien, por una parte, es muy expresivo, y, por otra, no debemos perder de vista que independientemente de su mayor o menor suntuosidad, la importancia del camarín corre pareja a la jerarquía devocional de la imagen venerada.

Por el tiempo en el que se efectúa la ampliación de la ermita de Nuestra Señora de las Angustias, se desarrollaba en Andalucía Oriental, un ambicioso proyecto de plasmación de los programas rituales de los camarines, espacios agregados y, aunque parezca contradictorio, segregados, en los templos, pues tras su deslumbrante comienzo en las postrimerías del siglo XVII, alcanzan todo su apogeo en el XVIII, con extraordinarios prototipos.

Los promotores, conscientes del carácter de fanal precioso y fantástico para mostrar la sagrada imagen de su advocación, se empeñan en enmascarar las dimensiones y formas reales, por lo común, tan sencillas como el interior de una caja prismática, mediante el revestimiento entero de los muros a modo de un todo envolvente, caso del camarín de la Virgen de la Piedad en la iglesia de San Juan Bautista de Benecid, a la vez que posibilita la ubicación de una variada serie de imágenes, pintura de caballete, en los diversos huecos existentes, en el del Santo Cristo de la Luz en la iglesia parroquial de San Andrés de Fondón.

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