Almería

La oficina del paro se satura con colas desde la madrugada

  • Cientos de desempleados se agolpan desde temprano a las puertas del SAE para conseguir un puesto cercano en la fila que les permita tramitar su documentación

"A las cinco de la mañana ya hay aquí gente guardando cola", afirma resignado Antonio, un vecino que vive cerca de la oficina del Servicio Andaluz de Empleo de Roquetas de Mar, situado en el castizo barrio de El Puerto. Cuanto antes llega el parado a la cola antes le atenderán, así que hay que madrugar para acogerse a las prestaciones sociales.

"Hola, ¿qué tal, hoy aquí también verdad?, este es ya el lugar de cita para todos", comenta jocosa una joven a su amiga con quien acaba de coincidir en la lista de los que han perdido el trabajo. Ambas han guardado cola varias veces durante días para diferentes gestiones ante la administración. Hay rostros de todas las edades, y la inmensa mayoría son inmigrantes, subsaharianos, africanos, centroeuropeos y sudamericanos, principalmente.

Cientos de personas guardan pacientemente su turno en la calle, haga frío, llueva o caliente el sol. A las nueve de la mañana comienza la entrega de números para ser atendidos. Un guarda jurado va ordenando la entrada de los parados a las oficinas. Entran de diez en diez para que no haya grandes acumulaciones. Grita para que todos le oigan, "los diez primeros de la A, hasta el 20 de la B, del 30 al 40 de la H…."

Cada uno le cuenta su problema al guarda jurado, quien en vez de enfrentarse a atracadores, se frenta a dramas sociales, con nombres, apellidos y el rostro delante.

Tras una valla se agolpan los aspirantes a encontrar trabajo, hasta que les permitan entrar en la oficina, donde de nuevo les aguarda otra cola con paneles luminosos donde cada uno fija los ojos esperando que llegue el ansiado turno. En la calle el ambiente de espera es cada vez más familiar, embarazadas, madres con niños pequeños, una señora "que aquí estoy, cogiendo el número para mi niño, que como no llegue se le va a pasar el turno".

Dos mujeres, una sudamericana y otra hablando español con acento alemán se intercambian sus experiencias laborales "porque son todos iguales, nunca están cuando les buscas. Ahora llevo cosas de publicidad y necesito dinero". Se dan curiosas estampas, como la de una atractiva chica que espera sentada en la oficina pacientemente. De repente, se quita los zapatos, saca unos patines, se los pone, mete el calzado en la mochila y sale de la oficina patinando .

Mientras tanto los parados, agolpados como en una patera en las escaleras del SAE o en la planta baja se quejan de que los funcionarios se van a desayunar cuando les llegaba su turno, que se han saltado su número, que ya no cobran ninguna ayuda, que no encuentran trabajo.

Los funcionarios explican un millón de veces las mismas cosas y se quejan de saturación. Un cartel pide que se eviten los gritos, el silencio ayuda a mejorar la atención al público, pero el público se deprime por la espera. Los rostros de funcionarios y parados se demacran igual con el paso de las horas, ya da lo mismo tener trabajo que no tenerlo. Todos se agarran a un chiste y a un segundo de humor como a un clavo ardiendo mientras pasan las horas y las tragedias humanas. Son las dos de la tarde. Hasta el día siguiente, a volver a guardar cola, al suplicio chino. Son las tres de la tarde. Mañana hay que volver a trabajar, al suplicio chino.

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