Un servidor, perdón por señalar, se encontró en la carretera con un vehículo inusual: una silla de minusválido ocupada por una señora, Rosario Nistal, que regresaba de su paseo diario. Aparqué mi coche, me acerqué a la señora, le dije que la subiría a la acera, y muy agradecida me respondió que no, que luego no podía bajar.

Con el ánimo de protegerla, de evitar que la pudieran arrollar, circulé detrás de ella a la velocidad de aproximadamente diez kilómetros por hora, con la consiguiente pitada de los vehículo que nos seguían. Bien es verdad que, al adelantarnos y ver a Rosario en su silla, los gestos de los conductores eran de disculpa. Este suceso ocurría en el trayecto Garrucha-Mojácar, concretamente en el tramo del nuevo acerado de Marina de la Torre II.

A este humilde cronista, perdón de nuevo por señalar, le dolió profundamente el desamparo de Rosario, a la par que le picó la curiosidad de cómo es la vida en una silla de ruedas. Tremendo, una experiencia terrible. Los cajeros de los bancos están lejísimos, una escalera es el Everest, una acera es un precipicio, una rampa es una pista de Sierra Nevada, un ascensor es el Apolo XII, un perro pastor es un monstruo, cruzar la carretera es hacer funanbulismo en las cataratas del Niágara.

Con los pies otra vez en el suelo, el plumilla arriba firmante quiso comprobar si Mojácar es accesible para los minusválidos. Cabe recordar aquí que el Ayuntamiento mojaquero ha recibido la solicitud de paralización de las obras de construcción de los pasos peatonales de las nuevas urbanizaciones y que se adapten a la normativa vigente en cuanto a deprimir dicha construcción haciéndolos accesibles a las sillas de ruedas de tracción eléctrica o manual, en evitación de accidentes de tráfico y posible muertes.