Hoy en el recuerdo

La tragedia del inválido enamorado

  • Presa de la ira por las negativas de una muchacha a aceptar su amor, un joven paralítico cometió, bajo la Alcazaba, una sangría en 1931 · Hirió de bala a la amiga de su enamorada y después se suicidó

La Almería de los años treinta centraba su vida en lo que hoy llamamos casco histórico. En la empinada calle Almanzor Alta vivían, en 1931, dos amigas: Anita Hernández Dionis y Ángeles Giménez Guirado, ambas de 20 años y solteras. Las dos solían salir por los alrededores de las calles La Reina, Hércules o Almedina. Iban juntas por amistad y también por precaución, ya que allí también residía Antonio López Abad, un muchacho minusválido que no se resistía a las constantes negativas de Anita a mantener una relación formal. El enamorado, que padecía una visible parálisis en las piernas y en una mano, ya había intentado asustar a Anita en alguna ocasión; por eso, la chica se sentía arropada por su amiga Ángeles cuando iban de paseo.

Aquel caluroso lunes del 14 de septiembre las dos chicas quedaron para salir cuando refrescó un poco. Eras las nueve menos cuarto de la tarde-noche; ese día en el puerto había hasta cinco vapores y los muchachos que iban y venían de los muelles para cargar barriles de uva en los barcos Ponzano, Bernicia o Belder suponían un entretenimiento interesante para dos chiquillas en edad de merecer.

Por eso, cuando bajaban charlando animosamente la calle Almanzor Alta, pensando en sus cosas, nada hacía suponer que una tragedia estaba a punto de ocurrir. Anita y Ángeles vieron a Antonio sentado en la calle y aceleraron un poco el paso sin responder a las insinuaciones del sujeto. Como se dice ahora, ambas "pasaron" de Antonio, pero esa indeferencia lo enloqueció. El obsesionado enamorado volvió a llamar a Anita mientras, con la única extremidad que tenía buena, sacó de entre sus ropas una pistola automática. Aquello ya no eran los gritos lastimeros de un joven no correspondido, sino un arrebato en toda regla.

Antonio no dudó en apuntar con el arma a Anita mientras las dos mocicas se revolvían entre sí presas del pánico. Ángeles no vaciló al comprobar que su amiga del alma corría peligro y en un acto de valentía se interpuso entre Anita y Antonio. Éste, mientras gritaba que si no era para él no sería para nadie, no supo o no quiso reaccionar y apretó el gatillo. La bala destrozó el vientre de Ángeles y quedó alojada en sus intestinos. Sumida en el dolor, la chica se desplomó en mitad de la calle mientras Anita no paraba de gritar "¡no me mates, no me mates!". Antonio, en otro acto de sinrazón, al comprobar la inútil sangría que había cometido, movió hacía sí la mano con la que aún agarraba la pistola humeante y se disparó un tiro.

La calle Almanzor Alta se convirtió en un drama, con los cuerpos casi agónicos tirados en el suelo, a un par de metros el uno del otro, y decenas de vecinos saliendo de sus casas y arremolinándose alrededor de los dos charcos de sangre.

Evacuada en butaca

Antonio y Ángeles estaban aún con vida; entre varios hombres cogieron los dos cuerpos moribundos y los llevaron como pudieron al cercano Hospital Provincial. Ángeles fue sentada en la butaca que sacaron de una casa cercana y así, como en procesión, la llevaron aupada. Por las calles iba quedando el rastro de sangre de los dos cuerpos casi inertes, mientras los gritos de Anita se oían hasta en la Alcazaba.

Según relatan los archivos, Ángeles ingresó en el cercano Hospital en estado gravísimo, mientras que Antonio lo hizo en fase preagónica, ya que la bala entró por el parietal izquierdo y quedó alojada en el cerebro.

Pero una desgracia más se cebó con las víctimas de esta tragedia. En el Hospital Provincial nadie estaba cubriendo la guardia médica que correspondía, por lo que ambos heridos permanecieron en las dependencias durante cerca de media hora. La única atención recibida fue la de la matrona-practicante llamada Carmen Navarro Sánchez, que sí estaba en su puesto. Ésta se limitó a inyectar a Antonio unos medicamentos y a intentar frenarle la hemorragia; mientras, Ángeles clamaba compasión sentada y desagrada en la butaca que habían colocado en el patio central del Hospital.

Todo ello provocó la ira y las quejas de los testigos que se habían acercado a la puerta del centro sanitario para interesarse por lo acontecido. Ante la ausencia de doctor, algunos pensaron en avisar a alguno que viviera cerca. Así lo hicieron y la noticia llegó, veinte minutos después, a la calle Eduardo Pérez, donde residía el doctor Pérez Cano, que rápidamente salió en auxilio de los heridos, junto con su hijo, el también galeno, Eduardo Pérez López.

El médico Eduardo Pérez Cano era muy conocido en Almería; en aquellas fechas ya llevaba 30 años de ejercicio profesional desde que se inscribió en el Colegio Oficial el 21 de mayo de 1901. Por eso, el grado de experiencia hacía confiar a los vecinos de Ángeles en un milagro. La Crónica Meridional, que recogió el suceso al día siguiente, explicó así el sufrimiento de quienes apreciaban a la joven: "Excusamos relatar los cuadros de pena a que dio lugar el suceso entre los familiares al conocer la magnitud del hecho…" Por su parte, la crónica del tiroteo, recogida con brevedad por Diario de Almería, hablaba en estos términos de los protagonistas: "El agresor, al ver que no había matado a la que él se proponía, volvió el arma contra sí disparándose un tiro en la sien. El agresor era baldado e inútil, causa que influyó en los desdenes de la joven Anita". Por su parte, un tercer diario, El Heraldo de Almería centraba su información en las declaraciones de los testigos: "Los primeros en acudir al suceso vieron tendido en tierra y manando abundante sangre por la cabeza a un hombre y próximo a él, también en tierra, a una joven que lanzaba ayes de dolor".

Pésimo servicio

La puerta del hospital estaba atestada de gente cuando Pérez Cano, primero, y Pérez López, poco después, llegaron con sus maletines de urgencias. La Policía ya había tomado posiciones, a la espera de la llegada del juez de distrito de la Audiencia. Éste fue alertado por los guardias de seguridad municipales números 23 y 26, que habían recogido los primeros testimonios.

El dantesco panorama de la sala de urgencias no fue óbice para que el doctor, y unas enfermeras que se habían movilizado, realizaran con profesionalidad su trabajo. Antonio estaba tan mal herido que falleció a las cuatro de la tarde del día siguiente de ingresar en el Hospital; por eso, como el desenlace era esperado, todos los esfuerzos se centraron en salvar la vida de Ángeles. Después de controlar la enorme hemorragia y realizarle una radiografía para conocer el lugar exacto donde quedó alojado el proyectil, éste le fue extraído durante una complicada intervención quirúrgica. Poco a poco la muchacha fue recuperándose de las heridas hasta recibir el alta, pero la tragedia quedó para siempre en su mente y en la de su entrañable amiga Anita.

Mientras la chica curaba, la mala atención sanitaria que prestaba el Hospital Provincial, agudizada por la ausencia de médico de guardia el día de la tragedia, provocó un tumultuoso revuelo social que la prensa recogió. "Un nutrido grupo de jóvenes se presentó en nuestra redacción -publicó El Heraldo de Almería -para formular una enérgica protesta por el pésimo servicio del Hospital Provincial". Más adelante, el diario editorializaba: "En verdad resulta lamentable que se produzcan estos casos en que la vida de un individuo está pendiente de la negligencia y la desidia de unos hombres que soslayan el cumplimiento de un deber".

La tragedia del inválido enamorado y la ausencia de médico provocó que, incluso, el Hospital fuese inspeccionado por el vicepresidente de la Diputación de la época, Julio Redondo, y que el Presidente de la institución provincial, Julián Jiménez Asensio, abriera un expediente administrativo y sancionador.

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