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Las víctimas del terremoto siguen en el recuerdo cinco siglos después

  • Más de una centena de veratenses subió al Espíritu Santo para homenajear a los fallecidos en el seísmo de 1518 El miércoles por la noche volverán iluminados por 150 antorchas

"Quiero explicaros señores un suceso luctuoso que a todos dejó aterrados. La historia más lastimera recordada por humanos. Ninguna, en pliegos contada ni en escrituras plasmada, se asemeja a tal estrago". Así, de esta forma, cuenta un bello romance de ciego la historia de cómo un terremoto destruyó la antigua ciudad de Vera, un 9 de noviembre de 1518. Ayer, por tercer año consecutivo, más de un centenar de vecinos rindieron homenaje a las víctimas y recordaron los hechos sucedidos allí, sobre el mismo cerro que un día era próspera ciudad y al siguiente tan solo ruinas.

Pasadas las 10 de la mañana, el grupo de veratenses comenzaba la ascensión al cerro del Espíritu Santo, encabezados por la abanderada, portando el emblema del municipio, de color rojo carmesí, con el escudo de la ciudad en el centro. Este acto, que vivirá su segunda jornada el próximo miércoles por la noche, coincidiendo con el 498º aniversario de la catástrofe, es una iniciativa del grupo "No eres de Vera si...". "La idea surgió como una forma de rendir un homenaje a los fallecidos, ya que salvo por una placa en el ayuntamiento, se les tenía muy olvidados", explica Gabriel Flores, uno de los precursores del evento.

A medio camino de la cima, en la pequeña explanada donde se encuentran los restos del antiguo aljibe, única edificación que queda aún en pie, realizaron la primera parada. Allí, con decenas de personas con trajes medievales, se llevaron a cabo diferentes representaciones. Para empezar, el párroco del municipio, Carlos Fortes, dedicó unos rezos por las almas de los 150 fallecidos que provocó el seísmo de hace casi cinco siglos. Después, un personaje ficticio, de nombre Don Rodrigo de Zárate Acevedo, dedicó unas palabras a los presentes.

"Muchos años ha y, cavilando en soledad, en el solar mismo que hoy ocupamos, anhelé, que algún día, los paisanos venideros subirían a dar homenaje y dedicar recuerdo a los que perdieron vida y haciendas, aquel martes maldito, del noveno día de noviembre, del año del Señor de mil y quinientos y diez y ocho", reza el texto en castellano antiguo escrito por Gabriel Flores e interpretado con sentimiento por el escritor José Antonio Olmedo.

Hubo tiempo también escuchar un par de sonetos inspirados por el cerro del Espíritu Santo, nacidos de la pluma de Diego Alonso Cánovas y Sebita Flores y recitados por Pepa Rachón y Bartolomé Caparrós. A continuación, un trovador ciego, a la vieja usanza, contó un romance a los presentes para explicar los hechos sucedidos en el lugar y que ocasionaron la destrucción de la antigua ciudad. "Las murallas, lienzos, torres / descompuestas y atronadas. / Quebrada la fortaleza. / Las viviendas asoladas, / que cerca son de doscientas, / y sus cimientos a flor / que es difícil conocer / de todas su ubicación. / Y de las bajas humanas / tragedia sin parangón. / ¡Ciento cincuenta se lloran / de toda edad y condición! / Sin contar con los lisiados / que el tal desastre causó:/ según las crónicas dicen / se subieron del centón".

Antes de proseguir el camino a la cima, cuatro jóvenes veratenses bailaron una pavana, al son de las flautas y la pandereta. Después, la comitiva avanzó los últimos tramos de la escalera empedrada que llega hasta la estatua del Sagrado Corazón, erigida en lo alto del cerro en honor a los fallecidos. Desde allí puede contemplarse la nueva ciudad, ocupando el llano que tiene a sus pies y prolongándose hasta el mar. A los pies de este símbolo de Vera, los vecinos hicieron una ofrenda floral, depositando ramos de bellas flores, bajo el sol brillante de la mañana de ayer domingo.

Pero no acaba aquí el homenaje, sino que el miércoles, pero esta vez de noche, los veratenses volverán a subir al lugar que un día ocuparon sus antepasados. Será a las 22:30 horas, con todo el sendero iluminado tan solo por el brillo de 150 antorchas, una por cada persona que falleció aquel nefasto 9 de noviembre en el que Bayra quedó reducida a escombros por la sacudida de dos terribles terremotos.

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