El resto del tintero

Luces rojas en Andalucía

HABRÁ que admitir que José María Aznar nunca fue un dechado de elocuencia. No conoció a Castelar ni en pinturas. Nada que ver con la lucidez de aquel grito con el que el ministro Pío Cabanillas solía referirse a las batallas internas de la UCD: "¡Al suelo, que vienen los míos!". O aquella otra cínica expresión de "aún no sabemos quiénes hemos ganado", frase que cabría atribuir al mejor de los tutores los príncipes renacentistas. A Alfonso Guerra, que mañana por la mañana se bautiza como Hijo Predilecto de Andalucía, le oímos el lunes en TVE asegurar lo siguiente: en Sevilla -vino a decir el ex vicepresidente- hay electores del PSOE que van a votar con la papeleta al revés. Y es que él cierra la lista de las municipales en su ciudad. Genial, pero volvamos a Aznar, y en la confianza que demostró en sus años de Gobierno en lo que denominó la "lluvia fina", un calabobos, un chirimiri constante que terminó calando. Y así, con esa suerte de gota malaya, fue forjando lo que sería su mayoría absoluta del año 2000 después de la "amarga victoria" (otra vez Guerra dixit) de 1996. Su mensaje llegó hasta el tuétano, y Aznar disfrutó de cuatro años de mayoría para -eso sí- perderla con la rapidez explosiva que le faltó para llegar a La Moncloa.

Los resultados de la serie del Barómetro Joly se parecen al de una lluvia fina que, a veces, se torna en chaparrón, y van indicando que el PSOE pierde apoyos punto a punto desde otoño de 2008, y que el cambio del presidente Manuel Chaves por José Antonio Griñán ha resultado insuficiente para hacer frente a un malestar público que arranca de una crisis de apariencia perenne y del peor de sus brotes: el millón de parados andaluces.

El PSOE era consciente de que, al menos desde 2004, su electorado mostraba un cansancio después de tantos años de gobierno, de ahí la idea de cambiar de presidente. Pero a esta erosión propia del tiempo se le sumó el factor determinante: la crisis, que es el catalizador que está lastrando la imagen del Gobierno andaluz y de su presidente hasta provocar un nivel alto de desafección entre sus votantes.

Mientras los electores del PP se comportan como un ser único, todos parejos, los del PSOE no ya es que duden, es que hay un porcentaje importante -ver la segunda parte del Barómetro Joly, que se publicará mañana- que lo rechaza. Sí, no es que exprese sus reticencias ante la decisión en las urnas, sino un rechazo, al menos, contra el Gobierno de la nación. Aunque el PSOE cambie de candidato, ZP le va a dejar al sucesor, ya sea a Rubalcaba el Alquimista o a Chacón la Pigmalión (le falta frescura cuando relata esas lecciones aprendidas), un resacón de feria. O a Bono, que esta semana se ha inventado eso de rememorar el 23-F -como un elefante blanco- con tal de difuminar la medalla que Chacón iba a entregarle a la familia de Gutiérrez Mellado.

El Barómetro Joly indica una tendencia sostenida durante los últimos tres años. Sus autores no cometen el error de adjudicar escaños a un año de las elecciones y en ocho circunscripciones diferentes, pero muestra claramente dos líneas, las del PP y del PSOE, que se van separando de una estación a otra, y se distancian tanto por la caída de los de Griñán como por la subida de los de Arenas. La intención de voto popular no es la de un encefalograma plano: se nutre porque también recibe apoyos.

Pero si hay un hecho determinante de este barómetro no es la distancia calculada en 10,2 puntos -una cifra, por lo demás, parecida a la última encuesta del IESA, el instituto del Consejo Superior de Investigaciones científicas-, sino que ya hay más gente que cree que el PP ganará las próximas elecciones autonómicas. Éste es el salto cualitativo, el hecho básico. Puede ser fruto de la sucesión de encuestas en ese mismo sentido, que también cala en la opinión pública, pero ya no sólo parece que hay una voluntad en el cambio, sino una creencia en ello. La opinión de que los populares ganarían los comicios comienza a hacerse patente también entre los electores socialistas. A eso le llamó ayer José Blanco el peligro del "derrotismo".

No obstante, hay una duda que, posiblemente, se mantendrá hasta el día de las elecciones, y es si el PSOE seguirá con esa desafección lo suficientemente alta para que el PP gane por mayoría absoluta en Andalucía. Aunque a ello hay que añadir otro factor del que aún desconocemos el peso: ZP -y lo verán mañana- lastra las encuestas referidas a los socialistas. Si se va, ¿se recuperará en algo Griñán? ¿Soltará lastre el PSOE andaluz cuando lo anuncie? Esto ya no se podrá demorar más allá de la campaña de las municipales; entonces, quizás, algunos comiencen a echar sus cuentas y repiensen la fecha de las elecciones.

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