Setsuko Thurlow

Mientras el negocio de la guerra siga ganando, nuestro destino puede ser simplemente desaparecer

En 1945 el presidente norteamericano Harry S. Truman ordenó atacar el imperio de Japón con dos bombas atómicas, generando una destrucción sin precedentes. Bombas que los que escriben el relato de la historia se empeñan en decirnos que fueron el "mejor final posible", como si alguna bomba fuera buena. Una de las supervivientes del ataque en Hiroshima fue Setsuko Thurlow, y este domingo ha sido la protagonista de la ceremonia de recogida del premio Nobel de la Paz otorgada a la ICAN, acrónimo inglés de La Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares. Cuando subió a la tribuna dijo: "Quiero hacerles sentir la presencia de quienes murieron en Hiroshima y Nagasaki, quiero hacerles sentir una gran nube de un cuarto de millón de almas. Cada persona tenía un nombre, cada persona era amada por alguien. Asegurémonos de que sus muertes no fueron en vano".

Yo he vivido, y la gente de mi generación, los últimos años de la denominada guerra fría que podía sumergirnos en un terrible "invierno nuclear", una de las consecuencias más temidas de un posible enfrentamiento entre EEUU y la antigua URSS. Desde 1989 la caída del Muro de Berlín y todo lo que vino después dejó como único jefe del planeta a EEUU, y la amenaza de una guerra nuclear ha invernado bastante. Sólo las bravatas de Kim Jon Un, películas con ánimo revisionista o algunas noticias nos traen de vez en cuando eso que preferimos olvidar, ¡convivimos con armas nucleares! Miles de cabezas nucleares diseñadas para devastarnos, y siguen ahí, agazapadas, y con la misma capacidad de destrucción.

El alegato que la ICAN hizo el pasado domingo ha pasado desapercibido para la mayoría de nosotros, pero aún más para las potencias militares que no estuvieron presentes en la ceremonia a modo de protesta, por ejemplo Estados Unidos, Reino Unido y Francia. No quisieron escuchar el recuerdo espantoso de esta japonesa de 85 años, ni la petición que se les hizo de que se sumaran al Tratado de Prohibición de Armas Nucleares aprobado por 122 países el pasado julio en la ONU. Es increíble que prefiramos vivir con el arsenal preparado para desaparecer, elegir el miedo, seguir asustándonos.

Por desgracia, mientras el negocio de la guerra siga ganando, nuestro destino puede ser simplemente desaparecer. No más armas nucleares.

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