Crítica 'Mad Max: Furia en la carretera'

Furiosa y agotadora ópera de la violencia posapocalíptica

Mad Max: Furia en la carretera. Ciencia-ficción/acción, Australia, 2014, 85 min. Dirección: George Miller. Guión: Nick Lathouris, Brendan McCarthy, George Miller. Fotografía: John Seale. Música: Junkie XL. Intérpretes: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Hugh Keays-Byrne, Zoë Kravitz, Angus Sampson, Rosie Huntington-Whiteley, Riley Keough.

Cuando en 1983 se estrenó en España Mad Max 2, que antecedió a la más modesta Mad Max que no obtuvo una completa distribución internacional hasta el éxito de su segunda parte, redescubríamos con no poco placer (y sobre todo sin complejo de culpa) el cine de entretenimiento espectacular en pantalla gigante que, sin renunciar a la modernidad, hacía guiños al cine clásico de género. Todo había empezado una década antes con El Padrino y había continuado -entre 1972 y 1982- con American Graffiti, Tiburón, La Guerra de las Galaxias, New York, New York, Superman, Encuentros en la tercera fase, En busca del Arca Perdida, 1999: Rescate en Nueva York o ET.

Tres décadas más tarde y ya en otro siglo, el inevitable pendular de la historia ha ido demasiado lejos y el grueso del cine comercial no ha dejado de insistir en la aventura superficial plagada de violencia y efectos especiales. Si en los años 70 y en los primeros 80 nos tiramos de cabeza en aquellas películas, hartos de compromiso, testimonio y mensaje, ahora, hartos de efectos, catástrofes, groserías y superhéroes, nos tiramos de cabeza en las películas que nos ofrezcan un poco, siquiera un poco, de creatividad y reflexión. Así de mudables son las cosas.

Llega pues esta revisión de Mad Max como más de lo mismo, ruido añadido al ruido, efecto añadido al efecto. Entre 1979 y 1985 -fechas de producción de la trilogía- el guerrero de la carretera, la distopía con aires punk y el gusto por lo oxidado eran novedades. Hoy están gastadas. En esas dos películas se revelaba un nuevo actor lleno de posibilidades, Mel Gibson. Hoy sabemos que su carrera como actor se vino abajo y más vale que no hubiera emprendido la de director, pese a sus éxitos sanguinolentos. Y brillaba un realizador, George Miller, que después ha tenido una carrera errática que le ha llevado de El aceite de la vida a Happy Feet pasando por Babe, el cerdito en la ciudad.

Dicho lo cual hay que añadir que Miller ha escogido con inteligencia el único camino posible para el regreso de Mad Max: no sólo ir mucho más lejos que las tres entregas anteriores, exprimiendo todas las posibilidades técnicas que en estos 30 años el cine le ofrece para crear un espectáculo frenético, agotadoramente acelerado, violento y espectacular. Sino ir más lejos de lo que ninguna película de acción posapocalíptica haya ido en violencia, persecuciones, máquinas extravagantes, espectacularidad y ritmo. No hay descanso. Todo corre, explota, persigue, choca, grita y dispara en paisajes de una asombrosa aridez. Los tipos son los más extravagantes que se hayan visto, como si Miller mezclara los rituales masivos nazis de El triunfo de la voluntad, los crueles guerreros de Apocalypto, el campamento de Kurtz en Apocalypse Now y cuantas extravagancias, invenciones o imágenes reales relacionadas con la violencia y la crueldad se hayan filmado o difundido -cómics y videojuegos muy especialmente, sin olvidar imágenes de atrocidades yihadistas- para crear un universo de pesadilla poblado por seres atroces directamente inspirados en lo más atroz que el presente pueda ofrecer. Se escenifica una especie de profanación/homenaje a Caravana de mujeres de Wellman en la que una espléndida (afeada, rapada y mutilada) Charlize Theron hace de Denise Darcel, Tom Hardy de Robert Taylor y los indios son los guerreros de un esperpéntico y bestial caudillo tribal. El desierto es el mismo.

Además del ritmo abrumador, del derroche de planos y de medios, del sonido atronador, hay talento en esta huida hacia delante de Miller que logra superar a todos los tecno-espectáculos actuales tuneando sus viejas películas. Y está el talento de Charlize Theron que, aceptando meterse en este descacharrante disparate, finge tomárselo en serio y realiza una gran interpretación que casi anula a Tom Hardy haciendo de heredero de Mel Gibson. En lo suyo, de lo mejor.

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