Crítica 'Suite francesa'

Irene merecía más, mucho más

Suite francesa. Drama, Reino Unido, 2015, 107 min. Dirección: Saul Dibb. Intérpretes: Michelle Williams, Kristin Scott Thomas, Matthias Schoenaerts, Sam Riley , Ruth Wilson, Tom Schilling, Harriet Walter, Alexandra Maria Lara, Margot Robbie. Guión: Saul Dibb y Matt Charman. Fotografía: Eduard Grau.

Tras el nombre de Irene Nemirovsky hay dos historias extraordinarias. Una es la de su familia: judíos ucranianos que huyeron de la revolución rusa para establecerse en Francia, donde veinte años después sucumbieron bajo el régimen colaboracionista de Vichy y los nazis. Irene tenía 15 años cuando huyeron de los comunistas y 39 cuando murió de disentería en Auschwitz. En tan pocos años escribió 13 novelas que la convirtieron -entre 1926 y 1940- en una de las celebridades literarias de París. En 1940 las leyes raciales le impidieron publicar. Sus seis últimos libros se editaron póstumamente, tras la guerra. Irene Nemirovksy murió en agosto de 1942. Su marido, el ingeniero Michel Epstein, deportado después de ella, murió también en Auschwitz, gaseado, en noviembre de 1942. Dejaban desamparadas a sus dos hijas que sobrevivieron escondidas por amigos.

La segunda historia extraordinaria es la de la Suite francesa, de la que Nemirovsky solo logró escribir dos de los cinco libros que habrían de formarla. Irene la fue escribiendo mientras ella, su marido y sus hijas huían. Novelaba en directo lo que estaba sucediendo. Asombra que una trama tan compleja en personajes y situaciones, y una observación tan lúcida de los acontecimientos coetáneos, además de estar escrita con tan alto estilo literario, estuviera redactada en tan difíciles circunstancias. Sus hijas conservaron durante los años de persecución una maleta con manuscritos de su madre. Tras la guerra descubrieron entre ellos un cuaderno de 140 hojas escritas con letra minúscula que nunca se atrevieron a leer, creyendo que se trataba del diario de sus últimos meses cuya lectura les sería insoportable. A finales del siglo pasado una de sus hijas, revisando los papeles de la madre antes de donarlos a una fundación, descubrió que el cuaderno era un ciclo novelístico inconcluso, la Suite francesa. Se publicó en 2004 con éxito y reconocimiento crítico.

Cuento esto para resumir la crítica en tres palabras: Irene merecía más. No se escribe, mientras se huye por un infierno que acabará en Auschwitz, una obra que convierte lo que se está viviendo en una ficción más cargada de realidad que una crónica -porque la verdad de los hechos se trenza con las emociones y reacciones humanas- para que el mediocre Saul Dibb haga una obra aseadita, preciosista, para pasar la tarde derramando tal vez una lágrima de cocodrilo. No se reduce una obra repleta de personajes extraordinarios en su desoladora o conmovedora humanidad a una historia de amor con tufo a El paciente inglés: el guión mutila y simplifica la obra coral (compuesta por Tempestad en junio y Dolce) centrándose en la segunda novela, que además jibariza. En todo caso se debía haber llamado Dolce y no engañar con el título que abarca las dos novelas. Con la sangre -y esta novela está escrita con sangre y lágrimas- no se puede hacer un merengue. Las cualidades interpretativas, decorativas y fotográficas se vuelven contra la película porque estetizan y banalizan una obra excepcional que une literatura y testimonio directo como pocas veces se ha hecho. Leo con repugnancia que incluso se ha hecho una adaptación de esta obra a eso que llaman novela gráfica. De milagro no la convierten en un reality de supervivencia.

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