Crítica de cine (SEFF 2017)

Llorca y la verdadera resistencia

El nuevo Llorca se disfraza de comedia, de sainete popular de barrio obrero y patio de vecinos, para avanzar por su senda de independencia y depuración sin parangón en el actual cine europeo: puro hueso del relato, desdén por la estética, para seguir retratando la deriva de un país real marginado de la pantalla, incluso de los discursos documentales.

Ternura y la tercera persona reúne a actores y amigos en torno a un barrio construido sobre las ruinas y el aluvión, la inmigración nacional y extranjera, la picaresca, la economía sumergida y el subsidio. Allí, la cuestión de clase emerge como núcleo de una historia con reporteras, cuñados incordio, falsos premios de la lotería y vergüenzas propias y ajenas que Llorca teje con esa fluida imperfección que hace pasar por ligero y tosco lo que en realidad es un poderoso discurso político.

Lejos de la emoción viajera, íntima e histórica de Días color naranja, Ternura... tal vez no sea el mejor de sus últimos trabajos, sin embargo, no deja de ser una nueva muesca de coherencia y continuidad en la que posiblemente sea la trayectoria más sólida y resistente del último cine español.

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