La delegada de Fiestas es libre para disfrazarse como quiera en la final del Falla. Pero tras causar sensación con su estudiado tipo en el mayor escaparate de la ciudad, María Romay no ha de extrañarse si el personal opina sobre su estampa, gracias a un modelo que ni pintado. En cualquier caso, no se vistió para pasar desapercibida. Y tan libre es ella para elegir tipo, como el gaditano para expresarse dentro de unos límites, claro está. Sobre todo, cuando está tan presente el debate sobre la cosificación de la mujer a iniciativa de Podemos, en su batalla por erradicar la imagen de la mujer como objeto sexual. Por muy machistas que puedan parecer los comentarios sobre su atrevido disfraz, como alguno del autor Faly Pastrana, será difícil que Romay prospere con su denuncia por delito de odio contra aquellos que dijeron que iba desnuda. Es más, en una fiesta que presume de criticar a todo quisqui sin conciencia de cargo, chirría que la concejala se querelle contra un autor. El propio alcalde ha recordado este año que hay que tomarse las cosas con filosofía.

Pero la polémica con Pastrana fue más allá porque la edil también le denuncia por injurias y calumnias tras insinuar el corista que influyó en el jurado, extremo que Romay niega y que el autor rectificó a medias. Por desgracia, no ha sido ésta la única porfía del Concurso más enredado y politizado que se recuerda, con la discusión sobre los límites del humor y la propia organización del certamen en primer plano. Nunca los chirigoteros se midieron tanto al escribir, justo cuando la letra menos puntúa, que ya es delito. Antes bastaba con comprobar si una chirigota hacía reír o no para evaluarla, ahora ya no. Y mientras se reflexiona a fondo, siempre nos quedará el Carnaval de la calle, el motor de la fiesta y la fuente inagotable del ingenio sin pamplina, donde no cabe esa moral tan victoriana y casposa. Las chirigotas callejeras garantizan el futuro del Carnaval sin corsés ni censura, sin tiempo ni medida, con su espada del humor independiente. El público se divierte pero no tanto como los chirigoteros, que se lo pasan en grande porque no salen a competir, salen a disfrutar. La calle está sometida al imperio de la burla y la diversión y ni los animalistas se ofenden, ni tienen cabida los abogados de los personajes públicos, ni los colectivos feministas te cogen la matrícula por dedicarle un cuplé a la parienta. Al aire libre, todos se rinden ante el tres por cuatro, y nadie teme que se pierda la esencia porque se respira desde El Pópulo a La Viña. Nadie que cante en la calle se para a pensar si los sevillanos serán capaces de robarte la cartera porque todos participan por amor al arte. Las callejeras demuestran a las claras que la materia prima, la cuna, está en Cádiz, y no hace falta que lo certifique un jurado. En el alma de la chirigota está la crítica irreverente, que puede partir de un estilo más elaborado o de la rima menos poética y gruesa. Pero el verdadero disfrute de la fiesta se basa en reírse a fondo hasta de uno mismo. El concurso este año se ha visto superado porque muchos carnavaleros aún no han entendido que el Carnaval ha dejado de ser patrimonio gaditano para ser universal. Los más puristas dirán que se va de las manos, que ya no se le canta a Cádiz, que de dónde salen esos tipos tan recargados y los maquillajes imposibles, que ya no se escucha un 'Cai' a tiempo. Nada que no pueda curarse con una buena letra e ingenio. Entretanto, toca conformarse con la polémica de la concejala y el corista.

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