De libros

Castro y Obama estaban en fuera de juego

  • A la militancia política, el autor añadió otra pasión insobornable: el fútbol.

Cada vez que oigo hablar en la radio o en la televisión de un uruguayo, lo retengo en la memoria para comentárselo a mi amigo Joaquín Doldán, un dentista de Montevideo que tiene consulta en la calle Feria y además de su destreza con caninos e incisivos hace sus pinitos como dramaturgo, como novelista con resultados tan espléndidos como su novela Estuario o maestro de ceremonias de los Diálogos Comanches que una vez al mes se celebran en la Casa del Libro.

 

La relevancia balompédica de Uruguay es inversamente proporcional a su tamaño geográfico. Algo parecido ocurre con la relevancia de los uruguayos. Uno de los más relevantes acaba de morir. No vamos a descubrir ahora a Eduardo Galeano. Recuerdo su terror una mañana de mayo de 2010 ante la impresionante muchedumbre de personas que hacían cola para que les firmara alguno de sus libros en la carpa de la Plaza Nueva. Esa tarde se jugaba un Madrid-Barça y por nada del mundo se lo quería perder. Años antes, detalle que yo le conté a mi amigo el dentista, me había mostrado las piezas dentarias extraviadas en las controversias nada teóricas entre aficionados de Peñarol y Nacional de Montevideo.

 

Aquel mismo 2010 le regalé a mi amigo Eduardo del Campo el libro El fútbol a sol y sombra. Eduardo Galeano consigue contar las historias más hermosas, más increíbles del planeta fútbol. En sus páginas cuenta el drama de Alfredo DiStéfano, que fue convocado para el Mundial de Chile y no disputó ni un minuto. A los que nos gusta el fútbol, yo diría que a los que nos gusta la vida y la literatura, nos gusta al modo que lo plantea Galeano.

 

Salvador Távora barajó en tiempos el proyecto de hacer una adaptación teatral de Las venas abiertas de América Latina, reeditadas de espíritu en esta séptima cumbre de las Américas sellada con el abrazo entre Cuba y Estados Unidos. En su fuero interno, Galeano pensaría que no debe ser muy complicado un acuerdo entre los dos únicos países americanos en los que pese al empeño de Kissinger y los goles de Raúl menos gusta el fútbol. Podemos dar cien nombres de cantantes cubanos, de escritores cubanos, de poetas cubanos, del interior y del exilio. Díganme un nombre de futbolista cubano. Es lo de Unamuno y El Pensamiento Navarro.

 

Un día me lo encontré paseando con Jesús Quintero por el centro de Sevilla. El compatriota de Mario Benedetti, otro ilustre futbolero, reparó en el nombre de una de las calles por la que más cofradías pasan en Semana Santa. Le leyó al loco de la colina el nombre de la calle y la pregunta consiguiente. "Calle Francos. ¿Hubo más de uno?".

Estos días se ha hablado mucho de uruguayos en la radio y en la televisión. De Luis Suárez, porque se quedó sin marcar en Sevilla. De Berizzo, que habla igual que mi amigo dentista, porque el Celta al que entrena le metió media docena al Rayo Vallecano, equipo en el que jugó el exquisito jugador uruguayo Fernando Morena. Y en la Ser repitieron un reportaje sobre la tragedia de los Andes, esos jugadores de rugby de Uruguay que se vieron obligados para sobrevivir a practicar la antropofagia con sus compañeros que fallecieron en el accidente aéreo.

Uruguay es un país con nombre de río. Ganaron tres Mundiales de fútbol, incluido el Maracanazo de Brasil 1950 con el gol de Gigghia. El mismo Mundial del gol de Zarra a Inglaterra a pase de micrófono de Matías Prats.     

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