Cultura

Periodismo, para entendernos

  • Debate reúne una selección de extraordinarios artículos publicados durante los últimos 20 años por David Remnick en 'The New Yorker'.

Reportero. David Remnick. Trad. Efrén del Valle y Juan Manuel Ibeas. Debate. Barcelona, 2015. 368 páginas. 23,65 euros

Uno lee las páginas de este fabuloso libro con una mezcla de gozo, melancolía y, por qué no decirlo, si uno se dedica a estos asuntos de los papeles efímeros, bastante envidia. Y preguntándose, de vez en cuando, qué necesidad hay de venderlo con esa cita del New York Times Review bien arriba en la cubierta, presidiendo: "Los artículos de David Remnick son literatura". Y no, la verdad es que no. No son literatura, ni falta que hace para justificar su lectura que al menos durante unas horas ayuda a comprender mejor el mundo, que por definición es un lugar extraño, complejo, inabarcable, y a las personas que lo habitan, que lo son más aún que el mundo.

Un artículo extraordinario en este sentido es el que dedica al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, un tipo dogmático que aparece retratado sin embargo no sólo como el boicoteador de la paz que los hechos dicen claramente que es, sino en toda la soledad de un hombre atrapado entre el bucle infernal de la violencia y los agravios en una zona del planeta donde "ningún argumento o incidente es demasiado antiguo para tenerlo en cuenta" (impagable la anécdota de un político derechista de la comunidad judía de Hebrón negando la legitimidad de la reclamación palestina del uso de un templo porque éste "sólo ha sido una mezquita desde el año 1257"), y el sentido de obediencia y lealtad a la sangre que representa la asfixiante vigilancia moral de un padre cultísimo, resentido con la vida, de severidad fulminante y desdeñosa y convencido mesiánica o patológicamente de que su familia está llamada por el Destino a liderar el Gran Israel. Uno tiene la sensación, tras leer esta pieza, El forastero, de que Netanyahu es, más allá de sus responsabilidades públicas, un poco más un ser humano complejo con sus razones -buenas, malas o regulares- y un poco menos emblema de la política de línea ultradura en Oriente Próximo. Si aceptamos que de nada sirve una biblioteca de 40.000 libros si estos no ayudan a entender y a acercarnos a los demás, entonces el valor y el mérito de este reportaje de David Remnick se hacen aún más admirables.

Reportero reúne una selección de artículos que el autor de La tumba de Lenin (Premio Pulitzer en 1994) y actual director del New Yorker ha ido publicando en el mítico semanario durante los últimos 20 años. Son piezas extensas, con elementos de reportaje, crónica y entrevista, en las que Remnick se toma su tiempo, el necesario, el indispensable para ese tipo de periodismo de fondo, reflexivo y respetuoso con los innumerables matices que encierra todo hecho por pequeño que sea; un periodismo que hoy está arrinconado y en muchos sitios en trance de desaparición por eso mismo, porque precisa de tiempo y medios para hacerse y de pausa para leerlo y procesarlo. Sobrio, preciso, con un aire de formalidad que no excluye el apunte agudo ni una mirada afilada ante los pequeños gestos que desnudan un carácter, Remnick se acerca aquí principalmente a la gente que manda mucho en el mundo, aunque también hay varios retratos de gente que realmente lo mejora o por lo menos lo hace más digno y llevadero.

En este último grupo aparecen los escritores Philip Roth o Don DeLillo, autores fundamentales para entender la literatura y la sociedad estadounidenses del siglo XX, los cuales aparecen en estas páginas no como figuras sobre pedestales, sino como hombres solitarios y ascéticos que lidian en sus rutinas diarias con viejas heridas y dolorosas incomprensiones, en el caso de Roth, o paseando por su antiguo vecindario de hijo de emigrantes italianos en el entonces territorio comanche del Bronx, en el de DeLillo. También lo hacen el escritor, dramaturgo y anómalo ex primer ministro checo Václav Havel; el escritor Amos Oz, en una hermosa aproximación a la vía izquierdista y utópica del sionismo que representó el kibbutz; y un Bruce Springsteen en una enorme nave industrial preparando al milímetro, hasta la última gota de sudor y hasta la última arenga épica y conmovedora para el público, la gira mundial de su disco Wrecking Ball: no una estrella, sino un currante incansable y meticuloso de (en aquel momento) 62 años exigiendo al máximo a sus compadres de la E Street Band.

La mayoría de los artículos, no obstante, giran en torno a grandes personalidades de la política internacional: formidables y perspicaces las semblanzas de un Al Gore que poco después de caer derrotado ante Bush de aquella manera empezaba a reconvertirse en gurú del ecologismo -"Unas veces se gana y otras se pierde. Y luego está esa tercera categoría poco conocida", como no dejaba de repetir, medio en broma, medio histéricamente, la persona que "antes era el próximo presidente de Estados Unidos"-; fascinantes y verdaderamente iluminadores -no en vano durante muchos años fue corresponsal en Moscú del Washington Post- los artículos sobre Putin y el estrepitoso sindiós del poscomunismo (Tristeza postimperial) y sobre el delicado estatus de Solzhenitsin, el autor de Archipiélago Gulag, en una Rusia contemporánea cuya historia ha sido "despiadada en su rapidez". Estupendo también el que dedica al poliédrico -mucho más de lo que suele contarse- escenario político en los territorios palestinos tras la muerte de Arafat. Tan sólo en uno de los textos, el que trata del Tony Blair en horas bajas de 2005, parece el autor no pisar terreno tan firme, como incapaz de comprender a fondo ciertos aspectos de la sensibilidad política europea: el ciudadano estadounidense Remnick no acaba de entender el porqué del descalabro ante la opinión pública del entonces premier británico; y en realidad, pensándolo bien, incluso así está contando algo elocuente sobre la complejidad abrumadora del mundo.

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