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La alternativa Musil

  • El filósofo Jean-Pierre Cometti ahonda en 'El hombre exacto' en la utopía literaria del gran escritor austriaco

El escritor austriaco Robert Musil (Klagenfurt, 1880-Ginebra, 1942).

El escritor austriaco Robert Musil (Klagenfurt, 1880-Ginebra, 1942).

De entre los libros que Jean-Pierre Cometti (1944-2016) dedicó a Robert Musil, a su resbaladizo estatuto entre la literatura y la filosofía, El hombre exacto supuso su miniatura más delicada, como si la utopía musiliana de una escritura que participara de la consciencia científica de iluminar lo real también hubiera penetrado en la sutil pluma del ensayista y pensador marsellés; aquí, a juego con el título, genialmente certero en la clarificación de una obra compleja y de un punto de vista de extrema singularidad dentro de los pasajes de postrimerías que atravesara el Imperio Austrohúngaro hasta su desembocadura en el finis Austriae, cuando los nazis se frotaron las manos al calor que desprendía la quema de su obra, entre la de otros artistas degenerados.

La intensa familiaridad de Cometti con otro ilustre austriaco, Ludwig Wittgenstein, a quien dedicó parte de su carrera de filósofo, le permite ir tanteando paso a paso en este ensayo el brumoso límite desde el que Musil concibiera El hombre sin atributos, el monumento inacabado al que Cometti sube como a un promontorio para comprender desde la altura la obra precedente y mostrar la autenticidad del empeño del escritor: la lenta constitución de una verdadera "aspiración" que, en definitiva, se separaba de las elecciones exclusivamente "literarias", y donde la novela dejaba de ser sólo crónica del pasado o reflejo del presente para asumir el desafío de pertenecer a "lo posible", definiendo un pensamiento sobre el mundo "a construir" y no ya sobre "el construido". Así Ulrich, el hombre sin atributos, el hombre del "todavía no", podía opinar que los filósofos, a falta de ejército, encerraban la vida en un sistema, normalmente, como el caso de Spengler y sus seguidores, en uno estrecho y viciado, como si no pudieran soportar "el flujo esplendoroso de los átomos"; así Musil, su creador, su camarada, optaba por la novela como una superación de la filosofía, el lugar de una necesaria renovación de los vínculos entre razón y sentimiento que alumbrara los pasos de ese "hombre potencial" enfrentado al insólito poema no escrito de la vida.

El hombre exacto, que penetra hasta el núcleo de lo que puede ser dicho en torno a Musil y su utopía literaria de futuro, también contiene una amena reconstrucción de sus días, de las novelas, ensayos y crónicas alrededor de su obra culmen, de las influencias en ella de la lógica, la ciencia (con Ernst Mach, objeto de su tesis, a la cabeza) y la psicología (especialmente los experimentos de la Gestalt), así como el reflejo que la radical independencia que asumió el escritor desde el principio tuvo en su vida pública y privada, ambas marcadas por un pequeño y temprano éxito (Las tribulaciones del estudiante Törless) y décadas de escaso reconocimiento, incomprensión (la prontamente abortada carrera de dramaturgo tras la fracasada puesta en escena de Los alucinados) y cierto tormento por la fama de algunos contemporáneos, como Thomas Mann, que Musil equiparaba a buenos especuladores financieros en el mercado de las ideas (el Grosschriftsteller, el "gran escritor"; también traducible por "escritor al por mayor"). Décadas, también, de exilio y supervivencia al límite, con la mala consciencia sobrevolando día y noche por haber arrastrado a su querida esposa Martha a una vida de privaciones, mientras la segunda parte de El hombre sin atributos lo mantenía en una febril autoexigencia que dilataba su desenlace.

Lo inacabado de esta aventura literaria ha sido, como nos recuerda Cometti, muchas veces malinterpretado, reducido a consecuente signo de la naturaleza fragmentaria y esquizoide del hombre moderno. Pero, al final de sus días, Musil no declaraba sentirse "empantanado" por un problema de identidad paralelo al de sus criaturas de ficción, sino porque veía que le faltaban conocimientos y tiempo, que debía dejar hueco a la sociología, además de a la literatura, la filosofía y la psicología, a la hora de definir ese "otro estado" que en la última parte del libro inauguraba la relación incestuosa entre Ulrich y Agathe, los hermanos reencontrados. Podría afirmarse que esta inconclusión, sujeta a la parálisis sufrida por Musil ante un problema que, en sus propias palabras, sobrepasaba su vigor intelectual, fue el gran regalo del escritor a los filósofos y literatos por venir, ya que quedaba mucho por construir -de eso se trata en el austriaco- después de certificar la ausencia de cualidades y las fracturas entre el alma y la razón, el intelecto y el sentimiento, o la objetividad y la subjetividad.

Cometti fue uno de los que recogió este guante, la alternativa utópica de Musil, esclareciendo, para señalar lo provechoso de sus implicaciones, el escenario que quedó interrumpido (el del mundo con atributos pero sin hombre), al que Ulrich y Agathe regresaban con el propósito de instaurar nuevas expectativas éticas que hasta entonces quedaban suspendidas, como en reposo. Así, se narraba el pasaje de la indiferencia a la paulatina posibilidad del nacimiento de sentimientos; al "vértigo de las pequeñas causas y pequeñas decisiones", suplemento que la novela introducía en sus últimos capítulos: otros puntos de vista, maneras de estructurar el ser y la vida que engendran nuevas o renovadas "formas de vida", expresión wittgensteiniana de aliento musiliano que tan bien supo llevar a la teoría y a la práctica Cometti.

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