Sara Morante. Escritora

"No me gusta nada la idea de quedarme en la zona de confort"

  • La autora firma 'La vida de las paredes' (Lumen): una primera incursión en la novela en la que nos presenta a los habitantes de una finca a inicios del XIX.

Sara Morante comenzó dibujando con el mismo rojo y negro que nutre a las vetustas máquinas de escribir: "Me sentía cómoda con ellos. Creo que a la hora de ilustrar la técnica no es lo importante, sino la narración -comenta la autora-. Resultan muy efectivos para trabajar y a las editoriales también les parecía bien, porque se ahorraban planchas".

El rojo-y-negro-Sara-Morante fue el sello en sus primeros trabajos: Diccionario de literatura para snobs, Los zapatos rojos, La flor roja (Premio Euskadi 2012 de Ilustración), todos títulos en los que estuvo trabajando, dice, en el año en que decidió dedicarse de lleno a la ilustración. "Pero como no me gusta mucho eso de quedarme en la zona de confort -explica-, fui probando el placer de otros colores. Me manejo bien con la paleta más generosa. Se trata un poco de probar sin miedo lo que te apetece en el momento y lo que vas aprendiendo. Tal vez para la próxima pinte con pincel".

Aunque ya probó cómo es eso de ser un voyeur en espacios ajenos de la mano de Patricia Esteban Erlés en Casa de muñecas (2012), Morante amplía tanto el registro cromático como el narrativo en La vida de las paredes (Lumen), el título en el que la creadora se anima por primera vez a mezclar trazos y letras, y en el que toma a un edificio y sus habitantes para desarrollar un ejercicio de curiosidad, respondiendo a esa pregunta que a menudo nos hacemos cuando atisbamos una ventana abierta: ¿quiénes serán los otros? ¿quiénes los rostros de los cuadros que cuelgan -o que alguien descolgó- de las paredes? ¿qué es eso que se escucha? ¿quién espía? ¿quién acecha en lo oscuro? Todas cuestiones que van formando una historia de corte, a la vez, delicado y desasosegante.

El origen de La vida de las paredes -el texto del dramatis personae que se nos presenta al comienzo del libro- surgió cuando Sara Morante ni siquiera se dedicaba a la ilustración : "Por entonces -cuenta-, trabajaba en una oficina". Retomó esas páginas el año pasado, cuando la asesora editorial Covadonga D'Lom (con la que Morante ya había trabajado) le preguntó si tenía algo escrito. "Le pareció que las páginas de esos personajes podían albergar una historia y se lo pasó a la directoria literaria de Lumen. Ella fue la que me animó a que continuara y le enviara lo que tuviera, cuando tuviera algo más. Así que, visto que a los demás les gustaba, decidí dejar a un lado mis propios prejuicios y tomarme un año para escribir".

Ya ilustrando a otros, se ha visto en la tentación de ampliar historias, de ir cubriendo huecos: "La vida de las paredes me ha dado la opción de construir al mismo tiempo los dos lenguajes, aunque lo primero que hice fue el texto -explica la autora-, y también me ha hecho bien consciente del proceso complejo, global, que es la elaboración de un libro a través de estas dos disciplinas relacionadas. Ha sido un paso más allá técnicamente y, en todo lo demás, también".

Retomar el germen de la historia no le costó demasiado: "Como ilustradora, he terminado aprendiendo mucho del proceso narrativo -explica-. Y sé que una cosa puede apoyar y complementar a la otra, dibujamos y también narramos. El haber ilustrado las historias de otros te da tablas: como ilustradora no había construido ninguna historia, pero sí como lectora, porque leo muy atentamente los textos que me mandan. Y haber trabajado ilustrando me ha dado seguridad. De otra forma, me hubierse agobiado con el folio en blanco. La experiencia me ha hecho tener las tablas suficientes para pensar que, si hoy no se me ocurre nada, algo se me ocurrirá mañana".

"Al fin y al cabo -continúa-, a la hora de construir, de crear, todo viene de lo mismo, de tu capacidad para fabular. Con la ilustración te sientes más limitada, pero la creatividad termina saliendo por donde puede. A la hora de escribir, la responsabilidad es otra: has de dar una coherencia a lo que presentas, a los personajes, a la trama...".

La vida de las paredes se sitúa en algún punto impreciso entre comienzos del XX y el periodo de entreguerras. Una época "que siempre me ha atraído muchísimo -indica Morante-, y que me es muy atractiva porque resulta radicalmente moderna con un poso de ese lado antiguo... A nivel europeo, pareció darse un estallido de creatividad y de cultura. Se mezclaron y surgieron todo tipo de disciplinas, y también se alcanzaron muchos triunfos en la cuestión social, el sufragio universal llegó a algunos lugares... Me pareció atractivo también por la puerta que abría a la posibilidad de crear un escenario de brocante, que se va construyendo con la historia: esas escaleras, las cañerías ruidosas..." .

Parece de época, de hecho, hasta el lenguaje: "Si tuviese más experiencia, lo mismo sí hubiera controlado esa parte, pero lo cierto es que ni me lo planteé -dice-. Sí me ha comentado mucha gente, por ejemplo, lo exacto de los términos textiles que aparecen, pero es que mi abuela fue modista y he crecido con todo eso. A los nombres de los muebles también les pasa algo parecido, pero es que en mi casa la cajonera era el chifonier, la mesa auxiliar la mesa riñón...".

El nombre de Sara Morante se suma al de otras ilustradoras, como Ana Pez, Paula Bonet o Raquel Córcoles, que parecen estar cada vez más presentes en la realidad editorial: "Esto es cierto -desarrolla Morante-, pero también es verdad que se ha dado un paso muy importante, desde el cómic o la novela gráfica, que ha servido para abrir en general las posibilidades de la ilustración en trabajos para adultos. Siempre se han publicado libros ilustrados para adultos, incluso en el pasado, y de una calidad muy buena, pero hoy en día se están publicitando muchísimo, con unas ediciones cuidadas que tienen en cuenta el trabajo del ilustrador como el de un autor con peso. Con todo el conocimiento del verbo ilustrar".

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