De libros

El hombre que fue Bonaparte

De Simon Leys, el gran ensayista y sinólogo belga que denunció los horrores de la Revolución Cultural cuando muchos occidentales blandían El libro rojo de Mao como una Biblia, conocíamos algunos de los excelentes títulos que ha publicado Acantilado, su relato sobre Los náufragos del Batavia, la recopilación de escritos sobre Stendhal o el Breviario de los saberes inútiles donde reunió una serie de ensayos en torno a sus pasiones, la literatura, China y el mar, pero no esta deliciosa novela, La muerte de Napoleón, que fue publicada por Anagrama a finales de los ochenta y reaparece ahora en una nueva traducción de José Ramón Monreal. En ella Leys, un erudito de finísima escritura, propone una suerte de ucronía que rehúye el fresco histórico para abordar en clave paródica el enigma del hombre que fue Bonaparte.

Bajo el nombre de Eugène Lenormand, el obstinado corso ha logrado huir de su encierro en Santa Elena y trata de volver a Francia para intentar de nuevo el asalto del trono. Su peripecia contiene momentos impagables como la travesía disfrazado de grumete, la visita en calidad de turista al ya legendario campo de batalla de Waterloo, donde escucha un relato apócrifo de los hechos de los que él mismo fue protagonista o la reconversión del personaje, antaño dominador de media Europa, en protegido y eficaz colaborador de una viuda que ejerce de verdulera. A partir de una ingeniosa paradoja, la de un Napoleón que dice ser Napoleón y podría engrosar la lista de enajenados que reclamaron la identidad del emperador -en el manicomio comprueba con estupefacción que muchos aspirantes se parecen al modelo más que él mismo-, Leys transmite una imagen amable, bienhumorada y melancólica del caudillo domesticado, superviviente en el anonimato desde el que tiene ocasión de asistir, tras la muerte del doble, a su propia posteridad. Fallecido el impostor, el antiguo prohombre no renuncia a sus ensoñaciones, pero las fuerzas menguan y por otra parte el mito, emancipado de la declinante figura que lo inspirara, ha cobrado vida autónoma.

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