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"La periferia es el lugar donde uno puede tomar el pulso de la vida"

  • El narrador vuelca en 'Maleza' (Tusquets) su interés en el extrarradio, ese espacio en el que "los ciudadanos confunden la vivencia con la supervivencia"

El escritor Daniel Ruiz García posa tras la entrevista en la Alameda de Hércules, en Sevilla.

El escritor Daniel Ruiz García posa tras la entrevista en la Alameda de Hércules, en Sevilla. / belén vargas

Posee Daniel Ruiz (Sevilla, 1976) la prosa vigorosa y apasionada de quien escribe desde la incomodidad, de quien precisa la palabra como un modo de mitigar la extrañeza que le provoca el mundo. El fichaje del autor por Tusquets, donde ha publicado sus dos últimas novelas, Todo está bien y La gran ola, contribuyó a que se conociera más una obra que se mueve entre la mordacidad y la desolación, la brutalidad y la ternura, y que explora la realidad -porque no tienen que estar reñidos el lirismo y el registro de la vida- con un extraordinario sentido del ritmo. Ahora, el sevillano publica Maleza, un volumen en el que recupera dos antiguos relatos, piezas destacadas en su producción, Perrera y La mano -este rebautizado ahora como Carnaza-, y le suma una nueva narración, la que da título al conjunto. Historias ambientadas en Balseras, un barrio del extrarradio donde la frustración y la violencia le ganan la partida a la esperanza. Allí viven un chaval que encuentra el cuerpo de su perro reventado; un hombre cansado de su empleo y de su matrimonio que toma como reliquia la mano de un cadáver hallado por azar; un disminuido psíquico que sueña con una niña de la comunidad de vecinos en la que trabaja.

-¿Cómo ha sido el reencuentro con los textos antiguos que ha reunido en este libro?

-Tenía la sensación de que las dos novelas no habían tenido en su momento toda la repercusión que habrían merecido. En el caso de Perrera fue una edición un tanto rudimentaria y voluntarista, y tuvo un recorrido muy limitado, aunque la gente que pudo leerla me decía que la obra tenía mucha fuerza. En el caso de La mano, ganó un certamen literario que se editaba mediante un servicio de publicaciones, con una distribución nula. Tenía muchas ganas de recuperar esos textos, y veía además que compartían algunos rasgos: transcurrían en pocos días, poseían un estilo que buscaba la musicalidad... A partir de publicarLa gran ola surgió la oportunidad de reeditar las dos novelas y de añadirles un cierre, una tercera narración. ¿Cómo fue el reencuentro con las narraciones originales? Está mal que yo lo diga, pero creo que conservan cierta intensidad, cierta vibración interna que no han perdido.

-Usted asegura que en estos relatos se encuentran las claves de su poética.

-Sí. Siempre he afrontado la escritura desde una pretensión visual, he buscado que la obra tuviera ciertos hallazgos plásticos. Eso está aquí. Y siempre me ha interesado el ritmo. El mayor halago que suelo recibir es que mis obras se leen con bastante rapidez, me agrada que me lo digan porque es algo que yo intento. En cuanto al fondo, me atraen las historias puestas al límite, y mostrar a través de ellas algo de la realidad que no está recogido en el relato oficial. Cuestiones que no están suficientemente abordadas, y que huyen de la narración periodística en sentido canónico.

-Balseras no es sólo la periferia geográfica, también está al margen desde un punto de vista social. Sus habitantes parecen condenados, no albergan esperanzas.

-Como escritor siempre me ha interesado mucho lo periférico, y de hecho, me sitúo ahí como autor, porque vivo en Sevilla, no en Madrid ni en Barcelona. Y debo decir que esa condición no me incomoda. Vivir en una gran ciudad donde se mueve todo debe de ser terrible: te exige una militancia que tiene que crear mucha ansiedad. Aparte de eso, pienso que la periferia no ha tenido peso en la literatura española, salvo en determinados casos del realismo social de los 50, cuando el tema sí interesó a autores como Ignacio Aldecoa o Luis Martín Santos, y en obras como El Jarama de Sánchez Ferlosio. Y esa falta de representación no tiene sentido, porque en la periferia es donde se desarrolla la mayor parte de nuestra vida como ciudadanos. Ese espacio literario posee una riqueza que se pierde en el caso del casco antiguo. Está más que documentado que vivimos un momento de expulsión de la población hacia el extrarradio, y uno tiene la percepción, cada vez más, de que los centros urbanos se están volviendo de cartón-piedra, se han deshumanizado. Si uno pasea por la calle Larios de Málaga y cierra los ojos puede pensar que está en la calle Preciados de Madrid o en las Ramblas de Barcelona. Definitivamente, donde uno puede tomar el pulso de la vida es en la periferia.

-En su libro las personas tienen un comportamiento mucho más salvaje que los animales: aquí, perros y gatos son víctimas.

-Me fascina el tema de la pulsión animal en el ser humano, especialmente cuando este se enfrenta a la supervivencia. Y el paisaje periférico es un paisaje extremo, es el límite, donde acaba la ciudad. En esos márgenes es donde se producen los momentos de mayor fricción, de crisis; parece un escenario más proclive a que el ciudadano esté obligado a confundir la vivencia con la supervivencia y a desarrollar habilidades que tienen que ver menos con el talante conciliador y más con imponer dinámicas de lucha, más animales.

-El mundo de la empresa, que ya retrató en La gran ola y que aquí asoma en Carnaza, resulta en su mirada despiadado...

-Para mí, ciertos planteamientos que se han creado en un contexto de crisis tienen mucho que ver con la animalidad. En el seno de una empresa pueden desarrollarse formas de depredación salvaje que no están muy lejos del comportamiento de las bestias. No es mucho más humana la conducta en una gran firma que en un grupo marginal del extrarradio...

-Uno de los hallazgos de Maleza es el personaje de Nolito. Normalmente se da una visión más condescendiente, un tanto simplista, de los discapacitados psíquicos, pero su retrato tiene muchos matices.

-Quería hablar de ese personaje de una manera realista, pero también sin huir de lo poético. Me planteé un final bastante atroz, lejos de lo edulcorado. Nos parece que la inclusión social consiste sólo en integrar a personas con deficiencias en las pautas capitalistas, en la idea de normalidad que impone la sociedad, y es una medida que puede generar mucha frustración. Es un asunto mucho más complejo.

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