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Tres puntos y 9.380 infartos (3-2)

  • En menos de 20 minutos, el Almería dejó a todos boquiabiertos gracias a los goles de Marcelo Silva, Uche y Bernardello · El tanto de Verdú trajo el canguelo; el de Vázquez la desesperación y el pitido final la euforia

No tenían los miembros de la Cruz Roja tantos desfibriladores a mano para atender a los aficionados que en la tarde de ayer estaban al borde del ataque de nervios. Después de disfrutar durante 20 minutos como nunca esta temporada, a los hinchas rojiblancos no les llegaba la camiseta al cuello cuando las piernas de los rojiblancos comenzaron a temblar como la gelatina. Nadie se explica porqué a este Almería le gusta tanto el sado, porqué le van a emociones tan fuertes. Sin embargo, los 9.380 almerienses que fueron al fútbol, pocos para un partido tan importante, salieron del Mediterráneo convencidos de que los tres puntos de ayer bien valen más de una hora al borde del colapso.

Si sorprendente fue la descomposición del Almería tras el tanto de Verdú, no menos llamativo fue el comienzo de los rojiblancos. Ante un rival que no se había enterado de que Undiano había pitado el inicio, los de Oltra iban a castigar a una zaga que echa demasiado de menos a Didac y Víctor Ruiz, los dos jugadores vendidos en el mercado de invierno. Pero éste es el coste que pagan los equipos humildes económicamente, que quieren vivir saneados y que no tienen jeques que derrochen miles de millones.

Bernardello, el que ha demostrado tener la pierna menos mala a la hora de ejecutar las jugadas a balón parado, buscó en una falta lejana el segundo palo, donde entró como una exhalación Marcelo Silva ante la pasividad de David García y Kameni. El uruguayo, consolidado por méritos propios como el mariscal del centro de la zaga, hizo su primer gol como rojiblanco y expoleó al Almería en el minuto 4. Y es que tan sólo dos jugadas después, Kalu Uche recibió en el flanco derecho del área, se marchó hacia fuera ante la presión de Chica y Forlín, para recordarle a Kameni que las sotanas no son sólo cosas de curas. Por debajo de las piernas del camerunés, el 2-0 subió al marcador.

Ante el delirio de una afición que pensaba que el de ayer iba a ser el partido del año y que por fin iban a vivir una tarde tranquila, Bernardello botó un saque de esquina, recogió el rechace del mismo, dribló a Chica y puso su corazón en su pierna izquierda, que chutó un balón que iba a volver a las mallas de la meta blanquiazul después de rozar ligeramente en Luis García. Como Juan Palomo, el argentino se guisó y se comió su primer tanto como rojiblanco. Era el minuto 18 y el Almería, a vista de todos, había dejado visto para sentencias el partido.

Pero lo que todo el mundo se temía iba a suceder, sucedió. A los de Pochettino sólo les hizo falta acercarse un poco al área de Alves para que el pánico cundiera en el Mediterráneo. Tal fue así que Verdú, después de una gran parada de Alves a disparo a bocajarro del propio jugador blanquiazul, remachó en el área chica un balón que el larguero había repelido y provocó la descomposición total y absoluta de los rojiblancos.

Era el minuto 34 y el Almería iba a sufrir una transformación que ríase usted de cuando Goku se convertía en Súper Guerrero. Pero lo hizo para malo. Los de Oltra dieron un paso hacia atrás en busca de las contras y Fermín, el famoso liníer, y su banderín se encargaron de convertir en fueras de juego acciones legales.

Tras la reanudación, las pulsaciones de los aficionados iban a experimentar una subida al cuadrado. Después de un penalti no señalado sobre Ulloa, que fue atropellado literalmente por Amat en su carrera, el canterano Vázquez remacha en el primer palo un centro medido de Chica y pone el 3-2 cuando sólo se habían cumplido cuatro minutos de la segunda parte. Faltaba todo un mundo, los nervios estaban a flor de piel y todo el mundo echó la vista atrás, recordando el fatídico partido ante el Getafe.

De hecho, el propio Vázquez, aprovechando el agujero en la banda izquierda del Almería, tuvo el empate en sus botas. Sin embargo, Alves le aguantó bien el mano a mano y el periquito remató al lateral de la red cuando todo el mundo se había tapado los ojos con las manos. Ahí estuvo la clave. Tras ella, la afición puso firmes las temblorosas piernas de unos futbolistas rojiblancos que tuvieron en los tres puntos conseguido, el mejor desfibrilador posible que necesitaba la hinchada.

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