Economía

Empleo y competitividad

  • El crecimiento del trabajo y la riqueza en España han venido de la mano de actividades muy intensivas en mano de obra, como la construcción o el turismo, pero caracterizadas por una escasa productividad

SIN duda, la consecuencia más dramática de la actual crisis para Andalucía y España en general es el deterioro acelerado del mercado de trabajo. A pesar de su gravedad y magnitud, este fenómeno no debería sorprendernos. El anterior período de crecimiento estuvo cimentado sobre actividades de escaso valor añadido y baja productividad y, sin embargo, muy intensivas en mano de obra; en consecuencia, era previsible que el empleo fuese el primer y gran perjudicado de su agotamiento.

Siendo lo anterior grave, hay una cuestión que no está ocupando el centro del debate, pero que entiendo tanto o más dolorosa: la competitividad de la economía andaluza está ahora en el mismo sitio en que se encontraba antes del largo ciclo expansivo de la economía. Echando la vista atrás, produce no poca frustración comprobar que prácticamente hayamos vuelto al punto de partida, sin apenas haberse aprovechado los 15 años de intenso crecimiento para modernizar el aparato productivo de la región. Por delante de nosotros ha pasado, de largo, la etapa de mayor crecimiento de nuestra historia reciente, y no hemos sabido estar a la altura. Nos queda, eso sí, el recuerdo de la abundancia y del gasto, del consumo desmedido y, cómo no, de los abusos cometidos, alimentados por el espejismo de la riqueza fácil.

En las últimas semanas hemos visto cómo se insiste en el discurso del fomento de la innovación, en una vana pretensión de recuperar el tiempo perdido, cuando la prioridad ahora es aguantar la situación con el menor coste posible. Evidentemente, siempre hay que pensar en el futuro, y para ello hay que invertir en innovación y conocimiento, pero es lamentable tratar de poner el acento en dicha materia cuando antes había muchos más recursos disponibles y menos necesidades perentorias.

Ante las cifras de paro publicadas recientemente por el INE, conviene un análisis detenido que nos ayude a tener una visión precisa de la situación. Aunque el dato del paro es el que más se utiliza como referencia, por ser el más llamativo y el que más preocupación genera, en realidad la cifra que mejor refleja la evolución del mercado laboral es la de la ocupación. La población activa, es decir, la gente que está en disposición para trabajar y efectivamente busca empleo, es la suma de los ocupados más los parados. La población activa viene determinada más por la decisión de las personas de incorporarse al mercado que por la cantidad de empleo existente; por lo que una modificación de la gente que busca trabajo sin que el trabajo disponible se vea alterado genera automáticamente una elevación de la cifra del paro y, en consecuencia, una falsa sensación de destrucción de empleo. En un momento de marcha normal de la economía puede producirse un aumento del paro, sin que la actividad económica se haya deteriorado. En situaciones como la actual, la observación de los datos del paro puede exagerar la ya de por sí mala situación.

Para aproximarnos de una forma mínimamente objetiva a la realidad actual del mercado de trabajo, por muy negativa que sea la coyuntura, hay que valorar al menos tres variables. Una es el notable aumento de la población en España en los últimos años, motivada fundamentalmente por la llegada masiva de inmigrantes. Consecuencia de esto ha sido el gran aumento de la población activa, sobre todo en el litoral. Otra variable, la ocupación, deriva de las dos primeras. Si observamos las cifras se pone de manifiesto la caída del empleo, tanto en número de ocupados como de afiliados a la Seguridad Social. Pero esta caída ha sido menor, en términos relativos, que el incremento del paro. Descendiendo en la observación, y atendiendo al comportamiento de los distintos sectores, se aprecia que la construcción es la más afectada por la destrucción de empleo. Los demás sectores han sufrido una ligera caída, pero mucho más en consonancia con lo ocurrido en el resto de Europa. Las provincias en las que la población total, activa y ocupada, han crecido más intensamente, como Almería y Málaga, impulsadas por el crecimiento del sector de la construcción, son las que ahora padecen también más los efectos de la crisis en el mercado laboral.

Aunque sea imposible conocer la profundidad de la actual crisis, parece lógico que el efecto más intenso sobre la destrucción de empleo, arrastrado por el desplome de la construcción, ya se haya producido. Es de suponer que el deterioro se mantendrá en el resto de las actividades mientras dure la crisis, aunque con menor intensidad.

La diferencia entre España y los países del entorno es que, aquí, los datos tanto de población como de empleo vienen muy condicionados por el ladrillo. Hasta el punto de que el nivel actual de ocupación es similar al de 2005, mucho antes del estallido de la crisis. Hoy hay ocupadas 19,8 millones de personas en España, frente a los 19,3 millones de 2005 (en Andalucía la cifra se mantiene algo por encima de los 3 millones en ambas fechas). El repunte del empleo y la riqueza han venido de la mano de actividades muy intensivas en mano de obra pero con una baja productividad. Se ha producido un crecimiento efímero, habiéndose perdido una gran oportunidad para haber mejorado la estructura de innovación y conocimiento de la sociedad, y en particular de la andaluza.

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