Economía

Internet, el 'low cost' y el turismo residencial marcan el cambio de siglo

  • Sólo las crisis económicas hacen disminuir el número de turistas hacia Andalucía. Pasó en 1993 y tras el 'crack' de 2008.

LOS entresijos del turismo andaluz del siglo XXI se tejieron en la década pasada, tras la crisis de los 90. Como en todas las crisis, también de aquella hubo que salir aceptando que muchas cosas estaban cambiando con la globalización y que algunas actividades tendrían que adaptar su funcionamiento a una realidad cada vez más marcada por circunstancias como internet o la reestructuración del transporte aéreo a nivel mundial. Internet suponía una vía de emancipación para el turista que, de repente, se encontraba con la posibilidad de diseñar su programa de vacaciones sin tener que acudir a la agencia de viajes, pero también un acceso a los mercados para los nuevos destinos sin tener que contar con el beneplácito de los touroperadores. Como es lógico, el sector de agencias de viaje, tanto en su segmento mayorista como minorista, se vio obligado a una profunda reestructuración a finales de los 90.

También las compañías aéreas abandonaron la crisis de los 90 con importantes necesidades de cambio. Surgieron grandes grupos internacionales con la finalidad de evitar la presión de la competencia y el desplome de las tarifas. A pesar de ello, los problemas persistieron y la nueva década se estrenaba con la imagen de miles de turistas abandonados a su suerte por diferentes aeropuertos del mundo, tras la desaparición de compañías tan emblemáticas como Sabena, Swiss Air o American Airlines.

Andalucía se vio afectada por estos cambios, pero también por otras circunstancias más cercanas. Algunas actividades que hasta la crisis de los 90 eran consideradas emergentes, como el turismo rural y de naturaleza, el de golf o el cultural, terminaron por consolidarse. También floreció el turismo de circuitos que, a la sombra del eslogan de la época, Andalucía sólo hay una, consiguió animar a un porcentaje creciente de nuestros visitantes a desplazarse por la región y a mejorar la gestión de la estacionalidad. Pero la gran innovación del turismo andaluz de finales de la pasada década fue el turismo residencial. Sus primeras manifestaciones fueron algo tímidas y vinieron de la mano de la recuperación de la demanda en el resto de Europa, dónde se había conseguido remontar la crisis de los 90 un poco antes que en España, y de algunos productos innovadores en nuestro mercado, como la multipropiedad. 

Los ingresos por turismo y por exportaciones fueron las primeras señales de que la economía andaluza conseguía abandonar la crisis, aunque la demanda interna, especialmente el consumo de los hogares, y el desempleo iban a tardar algún tiempo en aceptarlo. Hubo que esperar a 1997 para que el consumo de las familias ofreciese sus primeras señales de recuperación, justo cuando se inicia el boom. Animados por la caída de tipos de interés y la abundancia de liquidez, que la generosidad irresponsable de la banca de la época se encargó de transformar en deuda de los hogares, se daban los primeros pasos para la formación de una burbuja especulativa que iba a permanecer activa durante una década. La respuesta de la oferta estuvo auspiciada por el desenfreno recaudatorio de unos ayuntamientos que, estimulados en muchos acasos por una corrupción impúdica, creían ver en el urbanismo la fórmula mágica para superar sus endémicas insuficiencias financieras. El turismo residencial se benefició de todas estas circunstancias, pero sobre todo de la implantación del euro y de los esfuerzos armonizadores en la legislación fiscal y mercantil entre los países de la Eurozona.

No existen estadísticas sobre la evolución del turismo residencial, pero se deduce su trascendencia de la transformación que experimentan las relaciones con el turismo tradicional, es decir, el hotelero, en los primeros años de esta década. Hasta entonces la relación había sido fluida y beneficiosa para ambas partes, sobre todo porque se trataba de mercados diferenciados en cuanto a público objetivo y temporalidad, pero la extraordinaria expansión de la oferta inmobiliaria en zonas turísticas hizo que todo cambiase con el nuevo siglo.

Los hoteleros, que también estaban inmersos en un proceso notable de expansión y renovación de su oferta, se vieron obligados a hacer frente a sus primeros problemas de ocupación en años, a pesar de que el número de turistas hacia Andalucía no dejó de aumentar nunca, incluso tras el retraimiento de la demanda de 2001 y 2002, como consecuencia del atentado contra las Torres Gemelas.

Los promotores inmobiliarios, cuyo protagonismo se había hecho patente en las principales ferias internacionales de turismo, consiguieron captar a una parte significativa del turismo tradicionalmente hotelero, provocando que la complementariedad que hasta entonces había caracterizado a ambos segmentos se convirtiese en una competencia abierta.

El turismo internacional ha sufrido una sucesión de convulsiones durante la década.  El atentando contra las Torres Gemelas, en septiembre de 2001, dio lugar a la segunda crisis turística de la historia. Hasta entonces sólo en 1982 se había producido un descenso global en el número de viajeros. En ambos casos, el motivo desencadenante fue una crisis de seguridad. En ninguna de ellas Andalucía se vio tan afectada como otros destinos. De hecho, el número de visitantes no dejó de crecer en ningún momento, alimentando la tesis de que destinos seguros y consolidados se benefician de estos episodios, tanto si son conflictos bélicos, como atentados terroristas o crisis sanitarias. Otra cosa son las crisis económicas, a las que el turismo andaluz resulta mucho más sensible, como se deduce de que sólo en 1993 se haya registrado una disminución en el número de turistas hacia Andalucía.

La primera década del siglo XXI comenzó con una grave crisis de seguridad y terminó con la crisis financiera internacional, en ambos casos con disminución neta en el número de viajeros internacionales. Nunca antes se habían producido dos situaciones de crisis tan cercanas en el tiempo, pero sobre todo nunca se había asistido a un periodo tan intenso de convulsiones intermedias continuadas.

Con anterioridad al atentado de las Torres Gemelas, algunas compañías norteamericanas de primer nivel se preparaban para seguir los pasos de las primeras bancarrotas en el sector, pero se vieron repentinamente beneficiadas por los generosos programas de ayudas estatales establecidos por la administración Bush, para compensar el impacto de los atentados terroristas, a las que inmediatamente se sumaron otras iniciativas similares en Europa. Luego vinieron los conflictos bélicos en Afganistán e Iraq, así como las crisis sanitarias conocidas como  gripe aviar y gripe porcina.

Toda la década quedó marcada por un clima de inestabilidad permanente, aunque también por algunas tendencias que se perfilan como trazos definitorios de una nueva época turística para después de la crisis: la revolución que supone internet para la información y la operativa del sector, la implantación de las compañías low cost, que hace una década consiguieron desplazar definitivamente del mercado a las de vuelos charter, o la extensión de los protocolos de seguridad establecidos tras los atentados del 11-S. Pero si alguna característica hay que destacar, sin duda se trata de los mercados asiáticos, como origen o destino, así como de los países del Golfo Pérsico en el mercado de transporte aéreo.

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