el poliedro

José Ignacio Rufino

El daño peor en sólo veinte días

El impacto del desafío independentista catalán encoge y pone en riesgo la recuperación económicaEspaña y Cataluña reciben un golpe bajísimo justo cuando se recuperaban

Una persona en el brete de ahogarse arrastrará a su salvador hacia el fondo y quizá a la muerte por pura supervivencia, y a la postre matará matando. Es natural, y digamos que es normal, instintiva, esa respuesta animal ante la desesperación. También es natural, y habitual, pero sin embargo destructivo, que alguien sumerja hasta asfixiarlo a alguien con quien comparte remos o tareas de cubierta y, ¡ay!, cuando no es la supervivencia lo que está en juego. Hay una típica dinámica de grupo de curso o máster en la que, en un globo aerostático o en una barca o una isla desierta, varios ven comprometidas sus propias vidas y deben decidir cómo proceder: matar para no morir uno o bien colaborar para unir las fuerzas y los talentos en una causa común, por mucho que lo común sea dialéctico, o sea, conflictivo. El suicidio mutuo o recíproco es, qué duda cabe, el peor curso de acción. En España está sucediendo algo asombroso: el poder político catalán está arrastrando al resto de España a una re-recesión justo cuando se salía del hoyo. El elemento diferencial de este tremendo asunto histórico es que no había necesidad: quien hace el daño a la familia es el más privilegiado. Y el juego es perder-perder.

En sólo veinte días, el miedo y también el odio se han acendrado en las familias catalanas y sus lugares de trabajo, también en el resto de las regiones de un Estado; se ha expuesto a España en el mundo con un cartel de "país en conflicto", justo cuando levantaba cabeza. Desde el primero de octubre en el que el conducator Puigdemont y su variopinta coalición decidieron romper un orden establecido, el país está encabronado. Y se ha empobrecido, y promete hacerlo mucho más, laminando la recuperación. No sólo se empobrece y pone en riesgo Cataluña, de la que se han deslocalizado más o menos formalmente más de mil empresas, en la que se ha reducido el consumo familiar en algo parecido al 20% -una brutalidad, por sus efectos- o se ha contraído en casi la misma medida la actividad turística, controvertida pero fundamental; o se ha paralizado un mercado constructor e inmobiliario que resurgía de sus cenizas. Se ha afectado a la economía común. Al empleo de los jóvenes, por precario que sea; a nuestras expectativas.

España -y Cataluña- venía creciendo alrededor del 3% tras casi una década de penuria y recesión; los mejores alumnos de la clase en la Unión Europea. El impacto del independentismo catalán promete reducir este crecimiento -llámenlo empleo- en algo así como entre 0,4 y 1,2 puntos del PIB: una barbaridad, fíese. Por dar un dato que tomamos de un editorial de El País ayer, la pérdida económica de esta apuesta independentista es equivalente a casi toda le demanda catalana a la España que les roba. Es triste y es injusto que la comunidad autónoma más desarrollada de este atribulado Estado español se dé martillazos en el pecho y los dé al resto de los tripulantes de su propio barco en una fase de recuperación. No se deteriora solamente la economía catalana, se deteriora toda la economía española. Uno entendería que el hermano oprimido luchara por sus derechos. Pero uno no entiende que se perpetre este daño cuando el oxígeno -repetimos, el empleo- llega a los hogares y las empresas y las instituciones. Esta apuesta política del independentismo no repara en Cataluña ni en España, ni en los intereses comunes, ni en los compatibles y ni siquiera en los conflictivos: es un daño para los ciudadanos, los de allí y los de aquí. Un daño brutal originado por una apuesta nacional que uno, la verdad, no alcanza a entender si no es por una perversa práctica política que hace daño a quienes deben procurar el bien.

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