Educación

La reforma de las enseñanzas secundarias

Jaime Martínez Montero

Inspector de Educación

El presidente del Gobierno, en su discurso de investidura, anunció la reforma de las actuales enseñanzas secundarias ampliando en un año el Bachillerato. Lo más normal es que este adelanto suponga la correlativa desaparición del último curso de la ESO. No dijo nada de la FP, por lo que se supone que se adelantará un año su comienzo y, por tanto, su terminación. Sobre esta hipótesis están escritas las líneas que siguen.

El adelanto del Bachillerato y la FP supone un curso escolar menos de formación común para todos los españoles. Se trata del período definido como comprensivo, y su acortamiento es el que ha centrado un buen ramillete de críticas. Para enmarcar las cosas en su adecuado término, no está de más hacer un ligero repaso a la estructura de la etapa Secundaria en los países de nuestro entorno o de un potencial cultural y económico similar. He considerado a Reino Unido (con sus cuatro diferentes sistemas), Austria, Italia, Holanda, Portugal, Suecia, Finlandia, Francia, Alemania, Suiza, Dinamarca, Chequia, Grecia y Bélgica. En cinco de ellos la comprensividad dura 10 años, como hasta ahora en España; en uno, 9; en seis países, 8; en uno, 6; en tres, 5; finalmente, en tres de ellos la duración es de tan solo cuatro años (Alemania, Austria y Suiza). En definitiva, que si España se instala en la reforma anunciada, pasaría de estar entre los seis países más avanzados a estar entre los siete primeros. No parece que por aquí haya un retroceso muy grande.

Otra pega que se suele poner es que no se daría coincidencia entre el final de la escolaridad obligatoria y el final de una etapa escolar (en nuestro caso, la ESO). Esa falta de coincidencia no es tan extraña en Europa. De los países que hemos considerado, en Alemania, Austria, Italia, Holanda, Francia, Suiza, Chequia y Bélgica no existe coincidencia entre el final de la obligatoriedad y el de una etapa o nivel escolar. Tampoco por aquí parece que se arribe a una situación insólita o poco frecuentada.

La reforma de la ESO está cantada. Por un lado, porque es una etapa muy importante, ya que otorga el nivel de formación general que alcanza la mayoría de los ciudadanos y establece así las posibilidades reales de progreso que va a tener el país. Y lo es también porque de su rendimiento y orientación hacia los estudios superiores depende el número y la calidad de los científicos, humanistas, pensadores, técnicos, etc., del futuro. Por el otro, porque no puede seguir como está. Se suspende mucho y se repite curso una barbaridad. Los datos son muy malos, y no parecen peores porque normalmente se ofrecen sin desglosar. Si se presentaran las tasas de éxito teniendo como referente los cuatro años en que se debería alcanzar el título, si se mostraran los resultados separando el sexo, y también se segregaran distinguiendo a los centros públicos de los concertados, entonces calibraríamos con exactitud la gran dimensión del desastre en que se ha convertido este nivel escolar.

De hecho, ¿no hay ya separación temprana real de alumnos y alumnas? ¿No hay ya dos tipos de cursos con distintos contenidos al final de la etapa, en los que uno de ellos es un adelanto disfrazado del Bachillerato? No hablo de lo que me gustaría o desearía, sino de lo que hay. Algo conozco los institutos, y desde hace tiempo, a partir de tercero de ESO y, sobre todo, en cuarto, gracias al juego de optativas y a las posibilidades que se han abierto con la última reforma, los centros dividen a los alumnos en itinerarios claramente separados en función de las expectativas que tengan y del rendimiento de los mismos. O sea, que ahora mismo hay separación antes de los 16 años, aunque débilmente reglada y dejada al azar de cada instituto. Ítem más. Con la actual legislación los chicos pueden obtener el título con quince años (los adelantados de curso) y a partir de dieciséis sin límite de edad. Es decir, que por aquí tampoco cambiarían mucho las cosas.    

Hay que ser más realistas. El valor del sistema escolar no consiste en la belleza de las proclamas que lo dicen sustentar, o en lo democráticos, justos y deseables que socialmente sean los principios en los que se apoya, sino en los frutos que alcanza, en el provecho que obtienen los alumnos del mismo, en el grado en que consigue promoción social y un alto nivel de formación en todos los estamentos de la población. ¿De qué vale fijarle a la ESO  elevados y loables fines si una parte importante de la población no llega a ellos y casi un tercio de la misma se escapa antes de que se acabe? Si hay que preparar a los alumnos que tienen capacidad suficiente para acceder a estudios superiores y, a la vez, atender a aquéllos cuyo proyecto de vida no va a requerir mayor formación; si se pretende socializar e integrar a todos los alumnos, por un lado, y por el otro alcanzar la excelencia académica, entonces ambas alternativas no pueden ser atendidas a la vez con el actual montaje de la ESO.

Pienso que una Educación Secundaria de tres años de duración nos permitiría alargar el Bachillerato y mejorar notablemente la Formación Profesional, así como dar una salida lógica y productiva a los alumnos que no se sienten llamados a una formación superior o a unos estudios académicos. Lo que tal vez no tiene sentido es elevar amargas quejas y profundos lamentos porque con la reforma se renuncia a unos logros y a unos resultados que jamás se han obtenido con la actual estructura.

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