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Sevilla

Un cuadro inédito de Sorolla

  • Macarena dual por la calle Feria: la de Queipo y José Díaz, de cristianos y romanos, de Belmonte a Joselito, Feria y Rocío · En la plaza del Museo, un jinete con el Libro de Reglas dio los vivas de rigor

El rock de la calle Feria es el título de una novela que pronto presentará el médico Francisco Gallardo. Ayer, como anticipo, la calle Feria se convirtió en un auditorio de sevillanas rocieras, de la anábasis mariana, de esta revolución de las arenas en el asfalto. La palabra llena todo el barrio: Macarena de avenidas y callejones, que es Queipo y José Díaz, cristianos y romanos, Feria y Rocío en el sentido más literal de la palabra, Belmonte de la ciudad y Joselito, su rival, el mártir de Talavera, del campo y los arenales.

Todo eso y mucho más mueve Macarena en su salida desde la misa de romeros en San Gil. La calle Feria se moviliza. Este año la petalada de todos los años, entre Antonio Susillo y Relator, quedó reducida a uno de los dos balcones. El otro estaba cerrado porque Marina, la titular de la casa, enviudó hace unos meses y se fue a Rota. Se repitió el rito de los cánticos, de los pétalos, de las salves, de los sombreros de ala ancha arriados de la cabeza en señal de fe y de respeto. Un espectáculo en distintos frentes, con el simpecado caminando lentamente por un medio hostil para los bueyes. Un hermano se encargaba de acercar a los niños más pequeños al estandarte divino.

Las hermanas de la Cruz le regalaron esos rezos cantados que les durarán todo el camino. Macarena es la primera en la Campana en esta mañana casi veraniega. Van por la calle Alfonso XII, aunque el rey rociero por excelencia, a juzgar por las veces que lo visitó, por devoción y por cacería, fue Alfonso XIII. Sale la gente de sus quehaceres para ver esta heterogénea procesión. De los bares, de las iglesias, de los comercios. En la entrada de El Corte Inglés se confunden clientes y peregrinas que se unirán al simpecado.

En la Escuela de Estudios Hispanoamericanos hay actualmente nueve investigadores, cinco de Contemporánea, cuatro de Colonial. Algunos han bajado a ver esta lección de historia. Las hermandades con más solera son del siglo XIX, el mismo que investiga la americanista Enriqueta Vila en el estudio sobre dos novelas esclavistas, Sab, de Getrudis Gómez de Avellaneda, y La cabaña del tío Tom. La primera mujer que ingresó en la Academia Sevillana de Buenas Letras admira la solidez de los bueyes -"qué animal más hermoso, transmite confianza"- y agradece que la hermandad le ahorre al viandante la visión de las carriolas, que se incoporan en las afueras de la ciudad, cuando los romeros inician su particular reforma agraria.

Le van haciendo los honores al simpecado en las diferentes iglesias y capillas. La plaza del Museo registra un lleno apoteósico. El alcalde de carretas calcula las velocidades de la marcha; un hermano, con el libro de Reglas en la mano, da vivas al Museo y a la Macarena. La estampa se mezcla con el cartel de un cuadro de Sorolla en el que se ve a dos garrochistas intentando cruzar una vía del tren con su ganado. La realidad imita al arte y en algunas ocasiones lo supera. Se va el cortejo hacia la Puerta Real, realismo mágico en estado puro, y una importante concentración de personas se queda en el Museo: guardan cola bajo toldos como los de Tussam en la Feria para ver los sorollas llegados de Nueva York. Visión de España, se titula la exposición, como estas mañanitas de Rocío que devuelven al espectador la convicción de que el futuro más prometedor será el que más se parezca al pasado prometido.

La abuela, la madre y la nieta han debido ser vestidas por la misma modista. Llevan idéntico traje de lunares, despertando el asombro entre los peatones. Porque fue una mañana parcialmente sin coches en el recorrido de los macarenos al Rocío. Detrás del simpecado y los servicios mínimos de carriolas, un coche de Bomberos y tres de Lipasam. Para que todo quede como si nada hubiera pasado. Con todo lo que pasó y lo que seguirá pasando. Estampas de Sorolla que cambian en milésimas de segundo. El Rocío es el último refugio de los viajeros románticos.

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