Ara Malikian, violinista

"Es un deber que cada espectador vuelva a su casa emocionado"

Ara Malikian.

Ara Malikian. / G.J.

-En La increíble gira de Violín vuelve a llenar las salas por las que pasa. ¿Qué siente al congregar a miles de personas en torno a su instrumento?

-Mucha alegría. Esta gira es muy extensa, vamos a muchos países y ver que las personas acuden a mis conciertos me motiva a seguir mi camino.

-Se ha convertido en el intérprete de violín más famoso de la actualidad.

-La verdad es que eso no lo llevo muy bien. Soy violinista, soy músico, y no quiero ser famoso. Quiero ser reconocido por lo que hago pero intento evitar ser famoso porque creo que no es sano ni bueno para un artista.

-¿Cómo aprendió a amar este instrumento?

-Mi padre era violinista y me puso el violín en la barbilla casi cuando nací. Y ahí se me quedó. No hubo ningún momento en el que me enamoré ni en el que lo descubrí, sino que siempre ha sido y va a ser parte de mi vida.

-¿Sigue aprendiendo de él?

-Es muy importante que siga aprendiendo. Que un artista piense que ha llegado a su techo es malsano. Hoy día la mejor manera de estar ilusionado con tu producción es seguir creciendo. Tengo la suerte de viajar y tocar mucho y cada concierto intento hacerlo mejor; en cada viaje me enriquezco de lo que veo, de lo que aprendo, de mis compañeros.

-¿De dónde surge esa expresividad, su lado más interpretativo?

-Vino solo. Durante muchos años estudié de una forma más académica en Europa. Allí era muy difícil ver la música de una manera más libre, era todo mucho más cerrado, más técnico. Luego empecé a viajar, ver otros géneros y otros montajes escénicos, y eso abrió un horizonte.

-Debe acabar agotado después de cada actuación.

-Sí, normal, es lo mínimo que puedo hacer. Suelto todo lo que tengo en el cuerpo, en el alma y en el corazón. Una vez que me subo al escenario estoy tan agradecido al público que se ha molestado en venir a verme que es un deber hacer que cada una de esas personas vuelva a su casa emocionada por la música que acaba de escuchar.

-¿Lo entienden igual en todos los países?

-Lo que he podido concluir es que lo que siempre se dice es cierto: la música es universal, cuando conmueve lo hace en todas partes del mundo.

-Otra de sus facetas es la divulgación de la música clásica. ¿Cómo es la aceptación de los niños?

-Son los que mejor reciben la música. De hecho, llevo haciendo conciertos para ellos desde hace 20 años para inculcarles el amor a la música. Los niños tienen un gusto exquisito, son muy listos, son muy despiertos... No se puede hacer cualquier cosa, sino esforzarse y darles lo mejor de uno mismo.

-Hace unos años trascendió que le habían denegado la nacionalidad española a pesar de llevar trabajando en España más de una década. ¿Cómo acabó eso?

-Eso acabó y ya está. Era una traba administrativa.

-¿Qué impresión le dio este país en ese momento?

-No me cambió la opinión sobre el país, era igual con pasaporte que sin pasaporte. Lo único es que a veces lo ponen bastante difícil. Una persona puede estar trabajando toda la vida y por una traba administrativa pueden mandarla a casa por ser extranjero, lo que es injusto. En mi caso, aproveché para dar a conocer esta noticia para que no pase más.

-Usted sabe lo que es el horror de una guerra. ¿Qué le parece la gestión que se está haciendo de la crisis de los refugiados?

-Es un tema muy delicado y complejo porque estamos viviendo una época en la que hay más de 65 millones de refugiados por el mundo entero, la cifra más elevada desde hace cien años. Necesitan ayuda, una vivienda, los niños estudiar y tener un futuro... El problema más grande realmente es la media información que existe sobre ellos. Los refugiados no son terroristas, no vienen a un país para crear inestabilidad, inseguridad o robar el trabajo de la gente. Son personas como nosotros, que han tenido su hogar, su familia y su trabajo en su país pero han sido amenazados, les han destrozado la vida; y quieren mejorar donde sea. Como seres humanos, y al margen de cualquier política, tenemos la obligación de ayudarles, aunque sea hablando de ellos. Simplemente cambiar de opinión sobre ellos ya es un gran paso.

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