Entrevistas

"No entiendo el mundo que rodea a la pintura"

-Cambió la gloria por la docencia.

-No busco la gloria, y la docencia ha hecho que mis compañeros de carrera se empeñen en montarme exposiciones muy bonitas y que mis alumnos se acuerden de mí, que me hace mucha ilusión.

-Cuentan sus amigos que es usted excesivamente humilde para ser sevillano.

-Me viene de familia. Mi madre era un poco así y yo salí tímido. No me gustan las bullas.

-Pues la pintura es mundo de grandes bullas.

-Ya, ya, pero yo no entiendo ese universo de las galerías y todos esos follones. No lo he entendido nunca, se me escapa todo lo que rodea la pintura. Yo prefiero vivir retirado y pintando todos los días.

-Sin dosis de vedetismo no se prospera en el arte.

-No creo que nadie tenga muchas dudas de que Carmen Laffon es una de las figuras más importantes del arte andaluz y es una persona que huye de todo eso. Es lo contrario del artista-estrella y ahí está.

-Profesor suyo y de Laffon fue Pérez Aguilera.

-Profesor y casi un segundo padre. Todo lo aprendí de él. Pasé casi toda mi vida a su lado y siempre me admiró su rigor y responsabilidad. Cuando mis alumnos, que son muy amables, me escriben para agradecerme lo que aprendieron conmigo les digo que me hubiera gustado que tuvieran al que fue mi profesor. Habrían aprendido muchísimo más. Pérez Aguilera fue uno de los grandes artistas andaluces del siglo XX. Al fallecer, algo de mí se fue con él.

-¿Cuál fue su primer impacto con la pintura?

-No sabría decir, me recuerdo de bachiller pintando más que estudiando. Copiaba todos los grabados que había en mi casa.

-Tiene usted veinte minutos para estar en El Prado. ¿Qué es lo que hace?

-Me voy a la sala de Velázquez, luego a Goya, sigo por Rembrandt...

-He dicho sólo veinte minutos...

-Es que en veinte minutos en El Prado...

-Dígame entonces un momento mágico en El Prado.

-Cuando yo estudiaba en Madrid llevaron a El Prado el San Mauricio del Greco. Yo iba todas las tardes a verlo, me quedaba absorto ante ese cuadro. Los bedeles me miraban un poco sorprendidos porque todas las tardes me veían hacer el mismo camino, que acababa ante San Mauricio.

-¿Cómo recibieron el grupo de artistas de Madrid a los andaluces en aquellos años?

-Bueno, pensaban que venían unos chicos que sólo sabían pintar gitanas y descubrieron que había algo más. Nos hicimos íntimos.

-Usted le arrebató el primer premio de Bellas Artes nada menos que a Antonio López.

-Sí, él siempre lo recuerda. Por entonces Antonio ya era considerado como un joven genio. Una vez me visitó en Sevilla y les dijo a mis alumnos: "Aquí tienen ustedes al pintor que me mojó la oreja". Antonio es una persona muy amable.

-Luego estuvo en el París de finales de los 50, el de los existencialistas y Montmartre, con Luis Gordillo.

-Con Gordillo y con muchos más. Estuve viviendo en el barrio Latino, en un hotelito. Nos juntábamos por las tardes los artistas a charlar y nos daban las tantas. Fui hace poco y no reconocí el París de mi juventud, pero de esa ciudad me siguen admirando sus escalas, los monumentos inmensos, las esculturas... Pero no, no encontré ese París que dejé.

-¿Me podría hacer un breve tratado sobre la luz?

-Velázquez.

-¿Ya?

-Sí, ya. ¿Le parece poco? He dicho Velázquez.

-Desvéleme un lugar especial para pintar.

-Cualquier lugar de la naturaleza es un buen sitio para pintar. Yo he pintado mucho en Conil, me gusta pintar el Guadalquivir... Pero todos los días que estoy en el campo soy feliz, me muevo de un sitio a otro como si tuviera quince años, hasta que me doy cuenta de que ya no tengo quince años. Ahora, según los médicos, soy sólo un grupo de riesgo.

-Oiga, ¿para qué sirve en el siglo XXI la pintura?

-Sirve para el que pinta. Para mí es un trance espiritual. Si no pinto, me falta algo.

-¿Qué tal el arte moderno?

-No sé, a mí pregúnteme por lo clásico. Hay obras tan endiabladas que yo no acabo de entender... No, a mí no me han enseñado esas modernidades.

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