Fuera de las calles de Provenza, Calabria y la plaza de Sant Jaume, en Barcelona no ocurre nada que no esté pasando en otra ciudad española. La gente sale del trabajo, almuerza en las cafeterías, los niños vuelven del colegio y los turistas alucinan con Gaudí. Sí, en estos momentos, varios intermediarios, entre ellos el lehendakari Urkullu, tratan de poner de acuerdo al Gobierno y al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, para que no haya ni declaración unilateral de independencia ni intervención mediante el artículo 155 de la Constitución. 

Sentada de jóvenes a las puertas del PDeCAT.

Puede ocurrir lo uno y lo otro, o nada de esto. U otras cosas, son los ridículos de un directo que Carles Puigdemont quiso abrir esta mañana al anunciar una comparecencia en la que, supuestamente, iba a anunciar una convocatoria de elecciones para el 20 de diciembre.

Son minutos trascendentales, pero las imágenes de tensión que se ven en estos momentos por los distintos canales de televisión sólo reflejan lo que está ocurriendo en tres lugares muy concretos de Barcelona. En la calle Provenza, donde está la sede del PDeCAT, hay un centenar de estudiantes, sentados, comiendo, a la espera de si el presidente Carles Puigdemont declara la independencia o se echa para atrás, que es lo que se había anunciado esta mañana. 

Sólo cuando los periodistas de televisión comienzan un directo, los Estudiantes por la República se atreven a gritar traidor a Puigdemont. En la calle Calabria, sede de ERC, hay más reunidos, simpatizantes de la independencia. ERC ha llegado a anunciar que se irá del Gobierno si Puigdemont convoca elecciones autonómicas, el diputado Rufián lo ha llegado a tildar de Judas: “155 monedas de plata”. 

Mossos custodian la sede de PDeCAT en Barcelona.

Y en la plaza de Sant Jaume, donde se está viviendo el final del proceso como un partido de la Champio, hay vítores seguidos de abucheos y palmas que siguen a gritos de traidor, pero protagonizado por unos cientos de estudiantes que habían comenzado esta mañana una manifestación en apoyo de la república. No llenan la plaza. Después de recorrer los tres sitios y de llegar al Parlament, la certificación del ridículo es suprema: en la Cámara aún no saben si habrá pleno dentro de una hora.