Feria

La Calandria por fandanguillos

  • Guapa, joven y libre, La Calandria -nombre artístico por la calle en que habitaba- frecuentó salones de baile y cafés cantantes. Al parecer mantuvo tórridos amoríos con el marido de Carmen de Burgos

A diferencia de los ensanches obreros decimonónicos, el barrio de Las Huertas, a extramuros, creció abigarrado alrededor del convento de los Trinitarios primero e iglesia de San Sebastián después. Con desigual orden urbanístico se alinearon -entre la carrera de Santa Rita y calles de Murcia y Granada- callejuelas, patios y plazas de carácter eminentemente jornalero y gremial: Carreros, Hileras, Salitre, Bomba, Huérfanas, Serafín, Escondrijo… O Circo y Gordito, en recuerdo a la primitiva plaza de toros de la rambla Belén y en la que hasta hace poco se mantenía en pie parte de su muro circular. Y la calle de La Calandria, encalada y limpia como una patena, con su correspondiente patio, domicilio de Manuel López Villanueva "Caravieja", banderillero de probada eficacia. Solar familiar de Frasquita, mujer de rompe y rasga, cantaora que tomó el nombre del lugar que le vio nacer, entre Cantares y Silencio.

El injustamente postergado D. Joaquín Santisteban Delgado, cronista de la Ciudad, narraba que vecino a ésta era un también cantaor calé (juncal, cimbreño, de verde oliva) que traía y llevaba por la vía de la amargura a las mozas en edad de merecer. Entre ellas a una rival de Frasquita la Calandria quien despechada y celosa -¡que malicos son los celos!- se la tenía jurada: No es posible que yo muera sin que vengue mis enojos, romperte la cantarera y arrancarte hasta los ojos.

Nosotros detectamos su presencia artística -con su madre al lado, de carabinera- en sendos salones de baile (La Careta Verde y Los Amigos) de las calles Granada y Cruces; y otras tantas en los Café cantantes España y Variedades (c/. Álava, hoy Concepción Arenal, y Paseo), "cantando y bailando con cadencia melancólica los aires mineros y almerienses de la Sierra del Sol". Además de estos, según testimonios de la época, era punto fijo en las candilejas del lujoso Lión d`Or, del Paseo (a la entrada del Mercado) y, al parecer, amiga más que íntima de Arturo Álvarez Bustos, el marido mujeriego y juerguista de la literata y también paisana Carmen de Burgos Seguí. "Colombine", ofendida y hasta el mismísimo moño de soportar sus golferías, acabó por dejarle y largarse de Almería a Madrid con su hija. Sus devaneos amorosos, más que el arte que indudablemente debió atesorar, la han hecho perdurar en papel escrito.

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