Finanzas

Andrés Muro, el artesano de los morteros de mármol de Macael

  • Elaboró seis para ver la aceptación que tenía en el mercado y ahora, incluso, se los piden de Japón. Los hace de múltiples tamaños, aunque los más comerciales son los de 14, 17 y 20 centímetros.

A sus 65 años recién cumplidos ya le ha llegado la hora de jubilarse, y no le duele, porque sabe que ha trabajado duro. Ahora le espera el descanso que tanto necesita. Asegura que "tiene los huesos machacados de tanto trajinar". Mira atrás y ve muchos años de esfuerzo, de luchas y de alegrías junto a su mujer y sus tres hijos. Un periodo de tiempo marcado por un elemento que ha estado presente siempre en sus vidas: un mortero de mármol.

A los once años dejó la escuela y comenzó a trabajar, algo impensable en estos días, pero muy común por aquella época. Andrés Muro dio sus primeros pasos laborales de la mano de Eduardo Martínez Cosentino, con quien estuvo tres años y de Luis Sánchez, con quien trabajó otro trienio. Su función siempre estuvo relacionada con la artesanía. Al principio hacía fregaderos, elementos de decoración e incluso lápidas funerarias, pero su maestría le llevó a crear su propio negocio. De eso hace ya 35 años.

Empezó creando mesas de centro, con estrellas de 16 puntas, mesas que tenían el juego del ajedrez en el tablero, ceniceros y cualquier cosa susceptible de venderse. Eso sí, realizada en mármol blanco de su tierra, de Macael. Un buen día vio un mortero y se preguntó si sería capaz de hacerlo y, lo más importante, de venderlo. Por aquella época era algo que ya nadie hacía, quizás por eso su mujer le pidió que lo dejase, que eso no "traía dinero a casa".

Andrés tenía la corazonada de que podía ir bien e hizo media docena de prueba, con el compromiso de que si no los vendía no elaboraría ni uno más. Pero fueron adquiridos de forma instantánea y cada vez le encargaban más y más. "Para mi los morteros han sido una forma de vivir. Yo tenía mi casa y mis hijos y gracias a ellos podía llevar un jornal al hogar".

Hoy en día los morteros no se elaboran como antes, "antiguamente era mucho más trabajoso", recuerda Andrés. Conforme iba desarrollando la técnica inventaba además sus propias herramientas, para que el trabajo le fuese más sencillo.

Con sus manos ha llegado a hacer morteros de múltiples tamaños, aunque los más comerciales han sido: de 14 centímetros de diámetro, de 17 centímetros y de 20. Una actividad en la que ha empleado mucha maña lo que le ha llevado a tardar tres cuartos de hora en hacer el más pequeño y en los otros algo más de una hora y media.

En un día podía crear doce y los exponía directamente en su taller. Una superficie en la que el polvo blanco entra por todos los recovecos, símbolo de vida en una tierra como Macael. Como a la antigua usanza, Andrés no entiende de publicidad, ni de esas cosas. "A mí mis clientes me llaman de todas partes de España y me piden que les haga morteros". "He enviado a Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, y alguno que otro hay en Japón". Aunque la gran mayoría de compradores lo hacen en el taller que tiene con sus dos hijos, herederos de una tradición tan artesanal como esta.

Andrés, ¿cómo se sabe cuando un mortero es bueno?

Lo primero es darle un buen diseño, un dibujo bonito, que tenga cierta gracia, pero lo más importante es hacer un trabajo con alegría.

Miro a mí alrededor y veo cientos de ellos, ¿cuántos ha podido hacer en su vida?

Madre mía, no sabría decirte, pero más de 80.000. Antes trabajábamos muchas horas.

En su casa tan solo tiene uno para el uso diario, pero con el paso de los años ha ido haciendo una pequeña colección. Tiene 14 expuestos en una repisa de distintos tamaños, que oscilan desde los 50 centímetros hasta los tres.

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