Un vermú con Gatsby

Cadenas que romper

¿Qué da de comer a tantas cuestiones que se siembran en el campo más yermo de la intelectualidad?

Macron le ganó las elecciones de la presidencia francesa a la extrema derecha, haciendo suspirar a una Europa aliviada que desde Trump y el Brexit pensaba que el mundo iba a la deriva. Por otra parte el Congreso de los Diputados aprueba la exhumación de los restos del dictador del Valle de los Caídos cumpliendo la democracia con la firme losa de la damnatio memoriae. Eurovisión ya está en su recta final, dando lugar al festival más comentado a este lado del charco por dar unos resultados de vecindad en bloque que hace que en el mapa podamos distinguir fácilmente el barrio ex soviético, el báltico y el vikingo. Sin embargo, lo más importante de todo lo que ha pasado últimamente es la reacción que tuvo mi madre cuando recibió un whatsapp 'en cadena' de una amiga.

Cuando estamos tan acostumbrados a las bofetadas de tontunas que al día aparecen, el cuerpo, que es sabio, tiende a anestesiarse solo, a adormecer esa parte del ser que le daba importancia a las cosas, y manda a las piernas y a la vista a pasar de largo. Ese en principio es el sistema de defensa que tenemos ante los productos de deshecho de la ignorancia social. Pero claro, cuando gente de tu alrededor no tiene la última actualización de ese sistema y se abruman, es cuando empiezas a recapacitar sobre qué da de comer a tantas cuestiones que se siembran en el campo más yermo de la intelectualidad. Todos sabemos que los mensajes en cadena que hemos recibido desde siempre son una línea recta donde no se haya ni principio ni fin. Nunca nos han importado pero ahí estaban, conviviendo con el resto de whatsapps, emails, y demás cajones que se abren con Internet. Son los típicos mensajes que te maldicen, te amenazan de muerte, de robo, de Apocalipsis si no sigues reenviando esa cadena de la que tus contactos te han hecho partícipe. Mi madre, ajena a la cloaca de la cultura cibernética, se sorprendió al ver que su amiga le había whatsappeado tal cosa, creyendo que había sido ella misma, porque lo de copiar y pegar todavía lo desconoce.

En cualquier caso, creo que no la llamó por vergüenza, para ver lo que le pasaba. Se hizo la sueca con mucho disimulo y dejó el mensaje aparcado como si nada hubiera pasado. Como si tratara de encubrirla con su silencio. "Me manda unas cosas más raras" me dijo. "¿Qué le pasará?" se preguntó. "Son mensajes de secta. Hay que ver con quién se juntará" sentenció. "Que si no lo mando me pasa algo ¡pues no tengo bastante con lo que tengo! Qué mal que está" se rió. "Cuando me lo pone apago corriendo el móvil. La tengo bloqueada". Y la verdad es que está un poco mal, su amiga y todas las personas que comprometen la confianza de sus amigos con dos dedos de frente a tener que aguantar los despojos que la cutrez de la superstición ha engendrado. Menos mal que hay gente como mi madre, que nos recuerdan la falta de lucidez que demostramos cuando pasamos por alto cortar las cadenas y su suerte.

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