A tiza

Pilar fuertes

Arturo Pareja-Obregón

Arturo Pareja-Obregón hay que buscarlo entre arena y sal de Huelva, como desmenuzado en olores de profundidad de mar. Lo encuentro en un remanso de cordura que vamos perdiendo mientras habla. Es lo que tiene un artista, despegar los pies del suelo mientras sus manos se adentran por los caminos negros y blancos del piano, mientras su voz suspende el aire al antojo del arte. El inseparable arte de Arturo, para bien y para mal, para gozo y para desgracia, ya que no en vano el arte se le hizo congénito creciendo junto a los secretos e intimidades musicales del piano de su padre, Manuel -tan leyenda como la historia de una amapola- creador sin medidas ni metrónomos, como si compusiera con el Génesis, sacado todo de la nada.

La intuición de un Arturo niño ya sabía que alguien tenía que continuar algo tan único. Tan único como haber sido el primero en concebir y dar a luz sevillanas pa escuchá, crear un himno del Olé o hablarle al Puente de Triana, a la corriente y al río. De locos. ¿Qué es la genialidad sino una de las formas más conmovedoras y hermosas de la locura? Y Arturo aprendió... para ahora hacer el homenaje que más honras merece, el epitafio más bello jamás cantado. "Como tú me enseñaste", así canta Arturo. Un disco que va a presentar con la colaboración de enormes, enormes amigos. José Manuel Soto, Rafa Serna, Los Morancos, Cristina Hoyos, Los del Río, Siempre Así, Pepe de Lucía, Pepe El Marismeño... Aquellos que están siempre a su lado. Cuando los amigos no se van es que uno ha hecho bien algo.

Su apellido, cargadito de arte hasta en el guión que lo separa, acompaña a un hombre bohemio, nostálgico, sincero. Un pasota al que le da igual dónde cantar. Un hombre criado entre artistas que paseaban por su casa. Picasso, Quiroga, León, Rocío Jurado, Lola Flores, Juana Reina o Alejandro Sanz. Una casa de la que me cuesta salir tras escuchar su piano de cola sobre el sonido de fondo del Atlántico cuando pasa por El Rompido. Un placer de dioses.

A Arturo le está llegando su gran momento; como a tantos grandes a los que el tiempo eleva a unos altares reservados para unos pocos, muy pocos. Al tiempo, señores. Que llevamos años esperando la canonización de un artista excepcional.

¡Hay que ver lo que tardan los mejores en alcanzar la santidad!

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