En el 'Museo Carmelitano' de nuestra ciudad despunta un magnífico Nacimiento, que quizás ha quedado eclipsado por el más conocido Belén de tamaño natural de la anexa basílica. Se ha atribuido a Luisa Roldán pero hay que relacionarlo más bien con un escultor sevillano posterior, Cristóbal Ramos.

Ramos fue un hombre que vivió en una época de transición entre un mundo que agonizaba y otro que emergía, un tiempo de cambios y contradicciones. Por eso, siendo como fue uno de los impulsores de la enseñanza académica de raíz ilustrada en Sevilla, contrapuesta al aprendizaje tradicional en el taller, a la vez, fue uno de esos últimos representantes de la escultura barroca hispalense, activos ya en las últimas décadas del siglo XVIII. Incluso podríamos decir que fue el mejor de todos ellos, pese a ese toque casi popular de su obra, por lo general, de pequeño formato y hecha en modestos materiales, como son el barro y las telas encoladas, tan distantes de los ideales del nuevo estilo neoclásico. Su excelente habilidad como barrista, su delicadeza y gracia para crear pequeñas composiciones son motivos para que se le compare con frecuencia con la Roldana y explica que sus creaciones hayan sido confundidas con las de la mítica imaginera. Eso fue lo que ocurrió con el referido Nacimiento.

Nada se sabe sobre la llegada del bello conjunto a Jerez. Tampoco están nada claras las circunstancias en las que llegaron a la ciudad otras dos piezas salidas de su obrador, como son la Dolorosa del Beaterio o el muy interesante retrato firmado del canónigo sevillano Francisco del Río conservado en San Mateo. Es casi seguro que fueron fruto de donaciones. Son obras para disfrutarlas de cerca, en la intimidad del ámbito privado pero que hoy se nos ofrecen a la vista de todos, afortunadamente, como testigos de la grandeza de otro artista a reivindicar.

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