En medio de un bosque de mármoles se ocultó la silueta encorvada de una joven, abatida por una meditación profunda y desoladora, semidesnudo el clásico cuerpo, medio oculta su cabeza griega por un velo. Detrás reposa un perro, símbolo intemporal de la Fidelidad. Se ha afirmado que este sepulcro fue encargado para su esposa por el célebre bodeguero Julián Pemartín Laborde, el compulsivo despilfarrador que tuvo la alocada ocurrencia de levantar ese lujoso "chateau" francés en plena Andalucía que es el Recreo de las Cadenas.

Cada mes de noviembre toca desenterrar algún resto de nuestro arte vinculado a la muerte, tan sugestivo y olvidado como otras parcelas del patrimonio jerezano. En esta ocasión, era casi inevitable referirse al robo y posterior recuperación del sepulcro de los Pemartín, esculpido por el escultor neoclásico malagueño José Vilches en 1844, una sonada noticia que ha sobrepasado los límites locales. En este sentido, si este suceso, un tanto alambicado y oscuro, ha servido para algo es para que tengamos conocimiento de la existencia de una pieza de gran interés para la historia de la escultura funeraria de la ciudad y una evocadora reliquia de lo que fue el viejo cementerio de la calle Santo Domingo, cerrado en 1957. Lo triste de toda esta historia con supuesto final feliz es que tras salir a la luz el conjunto se sumerja de nuevo en las tinieblas de un futuro incierto que podría terminar llevándolo fuera de Jerez. Y ello reconociendo, desde luego, que es un bien privado y sin protección legal y que además parte del mérito de que su desaparición no haya pasado desapercibida se debe al Museo de Bellas Artes de Málaga, muy interesado en conseguir que le fuera cedida por sus propietarios, la familia Díez Pemartín. Es por ello que sólo podemos desear un descanso digno para la muchacha velada y su fiel compañero.

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