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Cultura

Una 'Celestina' en estado de rebelión

  • José Luis Gómez presenta en el Central su versión del clásico de Fernando de Rojas

  • Pablo Remón lleva a la sala B sus '40 años de paz', una de las sensaciones del nuevo teatro español

El actor y dramaturgo José Luis Gómez.

El actor y dramaturgo José Luis Gómez. / Belén Vargas

La grandeza de una obra nunca radica solamente en un texto, por brillante y lúcido que éste sea, sino también, o sobre todo, en "lo que hay detrás o debajo" de él, recordó ayer José Luis Gómez, antes de convertir la presentación de su Celestina en una cautivadora lección de Historia. El actor y director teatral, además de académico de la RAE, recorrió pasajes tan conflictivos, oscuros y determinantes como la expulsión de los judíos de España -"un ensayo anticipado del Holocausto"-, el poso judaico que aun así pervivió semioculto en la cultura nacional o el modo en que la monarquía hispánica "se ató en soledad" y desesperadamente a la Contrarreforma, superada por la expansión del protestantismo, la reordenación del poder y la difusión de corrientes científicas e ideas modernizadoras en Europa, todo ello para contextualizar la célebre tragicomedia de Fernando de Rojas y explicar por qué, pese a su marchamo clásico, es una de las obras más desconocidas, más subversivas y negras, de un pesimismo tan feroz como irrefrenablemente vitalista, una de las flores más extrañas, en suma, en el vergel de la literatura española de todos los tiempos.

Para empezar, como siempre ha defendido Juan Goytisolo, La Celestina fue el primer texto de su tiempo -principios del siglo XVI- que renunció a inscribirse bajo "la bóveda protectora de la divinidad". Es más, añade Gómez, que presenta hoy y mañana en el Central su versión de la obra: ésta es "abiertamente blasfema", no sólo, por ejemplo, porque muestre con mordacidad el trasiego de clérigos entre la clientela principal del burdel que regenta la alcahueta. "Por mucho menos te podían mandar a la hoguera. ¿Por qué no le ocurrió a Rojas? Cuando se publicó, a la Inquisición no le había dado tiempo aún de adueñarse de la totalidad de las conciencias de los españoles. Quince años más tarde, habría sido ya imposible", dice Gómez, que no sólo asume en esta obra el papel mismo de la Celestina, sino que además ha puesto todo su empeño en liberar a la obra de los corsés simplificadores -la mera comedia de costumbres, el mero melodrama amoroso- que con el tiempo han ido desvirtuando a su juicio el significado más profundo de la obra.

En esta coproducción de La Abadía y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Gómez ha querido traer al primer plano las tensiones sociales que el propio Rojas, descendiente de judíos, tuvo presente al escribir su novela dialogada. "Es casi seguro que con 15 años vio morir a su padre en la hoguera, y si no fue así, vio arder, esto ya sin duda, a amigos, parientes, vecinos", cuenta el actor y director sobre el autor de esta obra que constituye una "denuncia de una sociedad tremendamente injusta", en la que, entre la corrupción y la amenaza constante de la delación fruto del absolutismo confesional de los Reyes Católicos, irrumpen como únicos soberanos verdaderos "el sexo y el dinero". "En un mundo donde los valores consagrados devienen asuntos mercantiles, los personajes, egoístas sin freno, no conocen otra ley que la inmediatez del provecho", explica. Ahí radica, dice, la "terrible vigencia", hoy como entonces, de La Celestina. Una obra que ofrece otros aspectos profundamente revolucionarios para su tiempo; por ejemplo la manera en que el autor jamás "somete la profundidad humana a la condición social". "Todos los personajes tienen la misma importancia. Nunca antes se había mostrado así ese mundo de criados, prostitutas y alcahuetas, que además viven en un constante estado de rebelión latente contra los señores".

Todo este "temblor" de fondo es lo que aspira a aportar el onubense a una obra de argumento ya conocido: el muchacho que cae deslumbrado ante la joven hija de un señor de alta alcurnia, el rechazo en un primer y torpe encuentro, el recurso a la alcahueta y hechicera que finalmente doblega la voluntad de la criatura deseada... y el trágico final, "turbador y crudo", nada más lejos de ese tópico del "amor romántico". Una obra que en anteriores versiones, como las de Torrente Ballester o Cela, "lastimaron la esencia de la obra". "Todas modernizaron el lenguaje, como si hubiera una desconfianza hacia el texto original. Yo he querido demostrar que este texto se puede hacer tal cual; ha habido cirugía, he elegido partes, vectores de acción, porque si no duraría ocho horas, pero en las que están, ninguna palabra ha sido suprimida por ese miedo a la sintaxis de la época y a la opacidad que pueden tener hoy algunas palabras de entonces. Pero en el teatro es fundamental el gozo del lenguaje, y cómo no va a dar gozo este texto. Yo lo que puedo decir es que no oirán ustedes un español del XVI como el que podrán oír en esta Celestina. Porque en ello he puesto mi vida", dijo antes de lanzarse a recitar dos hermosos, musicales y socarrones fragmentos. Escuchándolo, la verdad, sólo cabía darle la razón.

Las crisis de los 40

De un maestro a los talentos que emergen y que integran uno de los ejes de esta temporada bajo el epígrafe La escena de la crisis. Inaugura esta serie, hoy y mañana en la sala B, la obra 40 años de paz, de Pablo Remón y estrenada hace casi exactamente un año, cuando se cumplieron 40 años de la muerte de Franco. "Los actores y yo teníamos esa edad, la misma que la democracia, y nos apeteció contar unas crisis personales que se insertan en algo más grande, en un estado de cosas que nos atañe a todos", explica Remón, que procuró que ese fondo político y la reflexión sobre ciertas herencias de la dictadura que siguen "impregnando más cosas de las que pensamos", no "pesaran" ni resultaran "solemnes", ni mucho menos "prejuzgar" a los personajes.

La obra nos acerca a una familia "franquista y pija" reunida en torno a una piscina vacía. En esa piscina, la noche del 23-F, el padre, un general franquista, murió ahogado, borracho y eufórico porque pensaba que el golpe de Estado había triunfado. La madre y los tres hijos, hoy, en el presente, se las verán con los fantasmas acumulados durante todo este tiempo, también con el del padre, ese general de alargada sombra en sus vidas. Pero sin lecciones ni panfletos, dice Remón, que de hecho escribió esta obra inspirado en la figura de su abuelo, al que adoraba y que era "profundamente franquista" aunque eso le "partiera el corazón". Por eso mismo, dice, cree "en lo contrario de dar lecciones", en "ponerse de verdad en el lugar del otro".

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