En una sociedad "conectada" como la nuestra, sorprende que la mentira siga teniendo tanto éxito, con protagonismo tan desmedido y sin haber sido capaces de conjurarla, de arrinconarla; muy al contrario, tiene cada vez más adeptos, más discípulos obedientes. La clave de su triunfo estriba en una sociedad muy adormecida, distraída en el espectáculo, en pasar el día, a la que se le da en las dosis adecuadas una causa que defender, pero sin demasiada complicación: la indignación, la movilización calculada, la defensa de unas "libertades" o "nuevos derechos" que no son tales y que terminan haciéndonos más esclavos, más dependientes, más frágiles. La mentira está en los medios, en las redes, difundida masivamente, porque radica en el primario corazón humano. Y aunque se la detecte con cierta facilidad, nos empeñamos en seguir con la venda en los ojos, quizá por desidia o porque sea más difícil- requiera más esfuerzos- vivir con la mayor verdad posible. Hay mentiras letales que no dejan nada a su paso, mentiras piadosas, nada nocivas; mentiras eficaces, muy difíciles de desmentir, mentiras evidentes, que insultan nuestra inteligencia; medias verdades, con su otra mitad de mentira, verdades relativas, que son mentiras absolutas, o mentiras calculadas, que tienen detrás una elaborada ingeniería social. Hay mentiras históricas, que igual te sirve para fabricar una falsa nación, como que la convertimos en memoria histórica, o justifican un pasado glorioso; es la mentira de los afectos colectivos, que tanto juego ha dado en el siglo pasado, y amenaza con quedarse en el presente. Y está la mentira a secas, la mentira más gorda, la que habita en el interior de cada uno, y que por conveniencia o egoísmo, nos negamos a ver. Antes de combatir la mentira ajena, la de los demás, que cada uno combata la propia. Es lo suyo.

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