La derrota de la armada japonesa en la batalla de Midway supuso un punto de inflexión en la Guerra del Pacífico. Tras perder 4 de sus 6 portaviones y un gran número de aviones y de expertos pilotos, ese día Japón perdió su supremacía aeronaval y empezó el final de la guerra. Consciente de su inferioridad frente a la flota americana el vicealmirante Takijiro Onishi propuso al Alto Mando japonés la creación del "Cuerpo especial de asalto por impacto", conocido comúnmente como "Kamikazes". En una semana soldados voluntarios (morir por el país o por el emperador era considerado un gran honor) recibían el adiestramiento básico para despegar un avión y mantenerlo en el aire para después poder estrellarlo contra los puntos vitales de los barcos enemigos. Tras escribir un poema cercano a la muerte y beber sake, los jóvenes kamikazes colocaban en su cabeza una banda con el sol naciente, cruzada por una cinta de mil puntadas (dadas cada una por una mujer distinta) y tras tomar una katana subían a un caza "Zero" armado con una bomba de 250 Kg. para llevar a cabo su suicidio ritual. Hasta la rendición de Japón, 2500 kamikazes hundieron 50 barcos aliados y causaron alrededor de 10.000 bajas entre las tropas americanas. Al perder la guerra el vicealmirante Onishi escribió una nota en la que expresaba su deseo de purgar la parte que le tocaba en el fracaso y pedía disculpas a las almas de sus valientes aviadores muertos y a sus familias. A continuación, se practicó el "seppuku", esto es, el suicidio ceremonial por desentrañamiento: se abrió el vientre con un cuchillo ritual, pero falló al intentar cortarse la garganta. Rehusó tanto al auxilio médico como a recibir el golpe de gracia del "kaishakunin" (la decapitación que solía efectuar un amigo del interfecto para evitarle sufrimientos) por lo que pasó 15 horas agonizando antes de morir. El "seppuku" era parte esencial del "bushido", el estricto código ético de los guerreros samuráis y refleja una manera extrema de recobrar el honor cuando estos incumplían sus promesas. Resulta incomprensible para los occidentales (y, especialmente, para los españoles) la importancia que los nipones le otorgaban a conservar su dignidad y honradez. Acabamos de asistir a la chapuza perpetrada por el gobierno nacional respecto al golpe de estado de los secesionistas catalanes. Les dejaron hacer y cuando no tuvieron más remedio aplicaron la ley tarde, mal y con insólita tibieza. Resultado: el problema se ha enquistado aún más. No es que esperásemos que, ante su ineptitud, alguna autoridad se hiciese, como Onishi, el "seppuku", pero si por lo menos que dimitiesen (previa obtención "of course" de una embajada o un puesto en el Consejo de Estado) para que en España pudiese hacerse realidad el bello haiku de muerte compuesto por el vicealmirante: "Renovadora/después de la violenta tormenta/ sube la luna radiante".

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