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El difícil equilibrio indo-paquistaní

  • La denuncia india de que Pakistán está detrás de los atentados vuelve a situar a las dos potencias nucleares en una delicadísima situación · Hay un socio común, EE UU, y un enemigo para ambos, los radicales islámicos.

El terrorismo no es nuevo en la India. Sin embargo, los atentados que dejaron casi 200 muertos a finales de 2008 en Bombay fueron algo distinto. Según unos, por su mayor planificación. Para otros, porque tocaron el corazón financiero de la India, a sus elites y sus extranjeros. En cualquier caso, la denuncia india de que Pakistán está detrás de los atentados vuelve a situar a los dos países vecinos y potencias nucleares en una delicadísima situación. Dos gobiernos democráticos, civiles pero enemigos, con un socio común, EE UU, y un enemigo para ambos, los radicales islámicos, que pueden cobrar fuerza si el enfrentamiento entre ellos llega a más.

Nueva Delhi pide la extradición de 20 sospechosos pero el gobierno de Islamabad tiene un poder limitado, de lo que India parece consciente. Si su presión es mayor es más fácil que los militares y otros grupos oscuros –radicales islámicos– tomen el control del país e inicien la agenda bélica ya que lo único que uniría sin fisuras al Gobierno y al Ejército paquistaníes es un bombardeo indio de supuestos campos de terroristas, como ya amenazó tras el atentado contra el Parlamento indio en 2001. La gran incógnita es el margen de maniobra que tiene el gobierno paquistaní y el apoyo del Ejército, donde ya se han dado ciertas divisiones después de que los militares fueran objetivo de los islamistas en 2007.

No es realista pensar que Pakistán confiese su responsabilidad y desmantele los vínculos de los servicios secretos con los radicales islámicos, forjados por el ex presidente Pervez Musharraf. Pero sí podría dar algunos pasos –por ejemplo, mediante alguna extradición– y debería hacerlo cuanto antes, ya que un nuevo atentado podría provocar un castigo de Nueva Delhi contra un país con el ya ha librado tres guerras.

Nadie duda del papel de Washington en esta historia. El presidente electo Barack Obama ya ha dicho que India tiene derecho a defenderse, pero no puede prescindir de Pakistán para hacer la guerra contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán. Para algunos, como defiende en un artículo Robert Kagan, la solución pasaría por desplegar una fuerza internacional que colabore con Pakistán en la destrucción de los campos de entrenamiento para terroristas en sus dos frentes, la frontera con Afganistán –las zonas tribales– y la de India–Cachemira.

El gran problema es precisamente la falta de capacidad para combatir a diversos grupos de radicales islámicos que luchan contra estados que tienen grandes debilidades y donde prolifera con facilidad la retórica del odio tradicional de musulmanes contra hindúes que provocó la partición de la ex colonia británica.

En el caso paquistaní, los radicales islámicos fueron utilizados estratégicamente por gobiernos anteriores como instrumento para enfrentarse a la India por la región de Cachemira. Y la India, como potencia emergente, aliada de EE UU y con grandes bolsas de población musulmana pobre y desfavorecida es, según varios expertos, un nuevo escenario para que Al Qaeda pueda actuar.

A esto habría que añadir las carencias indias para prevenir los ataques. Nueva Delhi no se tomó en serio las amenazas, las fuerzas policiales no tienen recursos suficientes y la política interna está basada en un juego de alianzas complejo que en muchos casos impide la toma de decisiones. Pese a todo, sobre la mesa hay una oportunidad para mejorar ese difícil equilibrio indo-paquistaní... o para empeorarlo, con consecuencias nefastas para todos.

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