José Ignacio Enríquez

A mí también me gusta Trump

La demagogia y el buenismo son veneno para las clases desfavorecidas

De entrada quisiera aclarar que no pretendo ofender a los que no piensan como yo. Generalmente, la progresía mundial, y particularmente la española, es altamente despreciativa y resentida hacia quienes discrepan de sus opiniones, de modo que ya cuento con sus insultos y descuento sus futuras criticas furibundas.

Para aquellos a los que les gusta emprender, trabajar duro, madrugar los días festivos y aprecian, valoran y respetan la propiedad privada; aquellos a los que la comunalización de la propiedad privada les parece injusta y a los que detestan el desmedido afán recaudatorio (incaudatorio) de unos politiquillos timoratos, cobardes y acomplejados que justifican su actividad y salario en el deseo del bien común, subsidiando a los desfavorecidos en detrimento de los exitosos. A ellos va dedicado este articulo.

Las dos personas más importantes en mi vida, mi mujer e hijo, saben desde el día previo a las elecciones en EEUU, en las que por cierto vaticiné su triunfo contra todo pronóstico, del respeto que le tengo al presidente Trump: desde su discurso de investidura hasta el reciente (primero) del Estado de la Unión. Brillante y emocionante.

Si París bien vale una misa, el dólar bien vale unos tuis polémicos, sobre todo cuando uno tiene su autoestima a salvo y prioriza la mejora económica de su país sobre todas las otras cuestiones. Les recuerdo que no ha sido elegido presidente del mundo, sino de su país, y no se puede pretender arreglar el mundo cuando tu casa es un desastre. A día de hoy, la casa americana es atractiva para los que quieren emprender y trabajar (21% de impuestos), protectora para los que aspiran a trabajar como empleados (3% de paro), exigente para los que no son previsores (seguro médico obligatorio), estrictos para los que se saltan las normas (inmigración ilegal) y enérgicos con los que ponen en riesgo la seguridad de su casa y a los suyos (Corea del Norte o terrorismo islámico).

La demagogia y el buenismo son veneno para las clases desfavorecidas, drogas que les enganchan a la creencia de un mundo mejor para ellos, pero que nunca llegará. "Si trabajáis con ahínco, si creéis en vosotros mismos, podréis soñar con cualquier cosa. Podemos transportar a nuestros ciudadanos de la asistencia social al trabajo, de la dependencia a la independencia y de la pobreza a la prosperidad" han sido algunas frases en su discurso dirigiéndose a su país. No me sonrojo por un lacio flequillo rubio, una corbata roja un tanto excesiva, ni unos ademanes rozando en ocasiones el histrionismo: me avergüenzo de no tener políticos en Europa que se dirijan en esos términos a sus ciudadanos.

"En América sabemos que el centro de nuestras vidas no son el Estado y la burocracia, sino la fe y la familia". En mi casa europea nadie nos dice lo mismo: bajo el falso señuelo de un sistema de protección de los derechos ciudadanos, se abusa de un sistema corrupto, clientelar y confiscatorio que nos hace ser conscientes de la estrategia más inteligente posible: no destacar demasiado en lo económico y dar un poco de pena en el día a día para que vean que buena gente somos.

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