CRÍTICA 'MI CASA EN PARÍS'

Heredar el dolor

Mi casa en París. Comedia dramática, Reino Unido, 2014, 102 min. Dirección y guión: Israel Horovitz. Fotografía: Michel Amathieu. Música: Mark Orton. Intérpretes: Kevin Kline, Maggie Smith, Kristin Scott Thomas, Dominique Pinon, Michael Burstin, Elie Wajeman, Raphaële Moutier, Sophie Touitou.

Bajo su apariencia de comedia amable y turística (ya se sabe, un norteamericano en París), el primer largo del veterano dramaturgo Israel Horovitz esconde un flujo doloroso y complejo que va subiendo a la superficie a medida que progresa su trama.

Mathias (un estupendo Kevin Kline, capaz de pasar de un modo clásico a las honduras del dolor verdadero sin solución de continuidad), llega a París para hacerse cargo de la herencia paterna, un precioso apartamento en el barrio del Marais que tiene un pequeño inconveniente: está habitado de por vida por una anciana (Maggie Smith, no menos estupenda en su esplendorosa veteranía), con la que tiene que convivir hasta su muerte pagando un alquiler.

La cinta se muestra en ese arranque como una comedia de formas suaves, ligeras y funcionales, como un pequeño duelo en el que las diferencias culturales y de edad se ponen en juego como principales argumentos. Sin embargo, con la aparición de la hija de la anciana (Kristin Scott Thomas) y el desvelamiento de sucesivos secretos familiares y personales que determinan el perfil de los personajes, Mi casa en París se escora entonces hacia el drama en una vertiente sutil.

Evidentemente, no desvelaremos aquí esos secretos y mentiras que se convierten en una pesada carga para los personajes y sus relaciones, pero sí diremos que Horovitz, que adapta aquí su propia obra teatral, sabe dosificarlos y llevarlos a un terreno de cine de cámara en el que los espacios, el guión, las conversaciones, sobra decir que un trío de intérpretes siempre en el tono justo, afloran como materia prima de un territorio de gran lucidez, intensidad y poder revelador sobre la identidad y los traumas que esta película conjuga sin aspavientos, con una mirada limpia, empática e irrenunciablemente humanista.

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