Obituario Muere un gran artista y mejor persona vinculado a Mojácar

Juan Antonio Guirado en el recuerdo

  • Uno de los grandes amigos de este genial artista recuerda al pintor andaluz contemporáneo que vivió en el Levante Almeriense, contando anécdotas y situaciones que ya forman parte de la historia de la comarca

HA muerto el Pintor contemporáneo andaluz Juan Antonio Guirado, y es así el título porque fue el periodista y escritor Manuel Quintanilla, quien escribió este encabezamiento para el catálogo más importante que nuestro artista tiene editado.

Y mi respeto por Quintanilla es tan profundo como el que tengo por Guirado. El polifacético autor nacido en Burgos y residente en Londres desde hace más de treinta años es un entusiasta de la pintura de Juan Antonio desde siempre y lo demuestra perfectamente en los cientos de escritos que ha publicado sobre el pintor en numerosos medios y el que, según mi modesto criterio ha comprendido mejor su obra.

Quintanilla conoció a Guirado en 1974, cuando hizo la crónica de una de sus exposiciones para la Gaceta del Arte y desde entonces se estableció una sólida relación amistosa y admiración artística mutua que ha seguido hasta nuestros días.

Empieza Quintanilla el catálogo mencionado con el siguiente texto: "Llega este procedente de Australia, de Estados Unidos de América, de Nueva Zelanda, de Italia, de Francia. Pero llega, sobre toda esta geografía, de su España, de una España que él lleva metida en el alma y que, a veces, con gran memoria nostálgica, la somete a una síntesis de un pueblecito de Jaén, donde tuvo una casa y un pequeño estudio o laboratorio para alquimias espirituales. Bueno, ya dejó su estudio, trasladándose a Mojácar, para no separarse de Andalucía, que es lo bueno."

Y ahí es cuando lo conozco yo. Y comienza mi amistad y mi admiración por El Maestro como le llamábamos todos los amigos. Todos que, en realidad éramos muy pocos, porque Juan tenía un carácter muy especial, muy difícil, como todos los grandes artistas.

Y si se vino a Mojácar porque había oído que este pueblo, esta ciudad era un nido de artistas, un rincón de embrujo, como reza el slogan, y pronto, muy pronto, se desencantó. Se enamoró del paisaje, del mar, del cielo, de las calles laberínticas del casco antiguo, de la visión de esa Mojácar blanca formada por cubos superpuestos en lo alto de la montaña mágica, pero conoció de cerca la esencia humana del pueblo, la misma que la de tantos y tantos otros: la envidia, el orgullo, la prepotencia, la avaricia y eso, todo eso, lo volvió a la realidad que ganó la batalla a sus sueños de pureza.

Si yo tuviera que definir en pocas palabras su complicada esencia, y seguramente me dejaré muchas cosas, diría que: Juan era catastrofista, visionario, espiritual... en el plano místico (La sequía, Desolación, La caída de occidente... son algunos títulos de sus lienzos). Sigue Quintanilla: "... Si yo tuviera que ilustrar El día del final del mundo, lo haría con la obra de Guirado, una obra de 1989, por ejemplo, donde el final es el amontonamiento de nuestras expresiones de horror y de sorpresa, todo a la vez como para indicar nuestra significante ignorancia cuasi voluntaria. Por encima, a modo de aparición de un acontecimiento final de ciencia ficción, el ser definitivamente deshumanizado flotando sobre nuestra propia materia orgánica laminada, aplastada por nuestra propia voluntad como mera abstracción. Y, en medio de todo, ya lo estamos viendo, la estulticia en forma de muerte lenta, hambres y enfermedades sin fin."

En el plano humano, era amigo de sus amigos, defensor de los débiles, caritativo y solidario. Y, a pesar de sus siempre fatalistas predicciones, lo pasábamos bien, nos divertíamos y le metíamos bulla (sus amigos) con esa mente siempre despierta, siempre enfadada con su entorno, siempre desconfiada con la vida.

Le gustaban los toros y el flamenco, más como señas de identidad de su españolidad que por conocimiento de esas artes. Sus toreros favoritos no eran los primeros del escalafón: le gustaba Javier Conde, Curro Díaz ... Porque huía de las estrellas. Ya podía hacer una buena faena Morante o El Juli o José Tomás, nunca conseguían su aprobación porque precisamente eran eso, triunfadores, estrellas, y él odiaba todo lo que sobresalía, todo lo que olía a fama y oropeles.

Nunca sabré si le hubiera gustado conquistar en vida esa fama que muerto va a tener con seguridad. Siempre decía que podía tener sus cuadros en las mejores pinacotecas y museos del mundo si hubiera querido estar dentro del sistema, si hubiera hecho la pelota a marchantes y críticos, si hubiese tenido su residencia en Nueva York o en París, pero que había sacrificado la fama, el dinero y la gloria por la paz espiritual, por la búsqueda de sí mismo.

Y así pasábamos los días. El pinta que te pinta (ha dejado un volumen importante de obra) y unos vinos de tarde en tarde, un cante y una demostración de verónicas en algún chiringuito.

Y conversaciones, muchas conversaciones. siempre sobre temas profundos: el budismo, el tantra, la eternidad, la reencarnación...

Escribe Quintanilla: "Guirado es pintor de tantra. Me explicaré. El tantra es una especie de creación o discurso por el cual se imparten doctrinas en forma de mantenimiento de la tradición del Budismo, es decir en consideración a las palabras místicas del mítico Buda. Miles de tantras han sido escritos desde el año 500 A.C. En suma que toda la sabiduría budista se encierra en los tantras, escritos durante 2.500 años. Juan Antonio Guirado ha venido pintando sus tantras a través de algunas de sus épocas pictóricas, explicando los misterios que se encierran en su mente."

Su arte era inconmensurable: dibujaba al carboncillo (yo tengo un cartón precioso en el que me vistió de torero), acuarelas, óleo, acrílicos... Todo era poco para él.

Necesitaba investigar, probarse, descubrir y por eso no paraba de pintar y de experimentar.

Hace unos años empezó a distorsionar sus obras mediante programas informáticos.

Quería llegar al caos. Quería que llegase un momento en que nadie entendiese su pintura. Que los sentimientos que despertase su obra fuesen resultado del impacto visual de sus mezclas esquizofrénicas, de sus colores absurdos, de sus mensajes ininteligibles.

En el catálogo ya mencionado de Quintanilla, escribe éste de las experiencias que Juan Guirado tuvo con el LSD a mediados de los sesenta en Australia y lo compara con otros grandes artistas de esa época hippy como Aldous Huxley. Entiende el viaje vivido por Guirado y su consecuencia: esas pinturas que describen visiones ciertamente impresionantes, formas primitivas visualizadas, arquetipos correspondientes a terribles acontecimientos cuya memoria inconsciente permanece entre todos nosotros. Dice Quintanilla: "Para Juan Guirado tales visiones se convierten en mandalas, así de elemental. No tenía que explicar nada, tan solo pintar lo que había visto, o sea percibido. Mandala del momento, que era el paisaje que todavía reposaba en su interior... La memoria de lo imposible."

Yo aquí tengo que disentir del apreciado y admirado autor Manuel Quintanilla, porque Juan creo que nunca había pasado de los simples porros. No le hacía falta el LSD para pintar lo que pintaba. La droga la llevaba dentro. ¿Quién sabe de sus comienzos, de sus problemas para desde una familia humilde de un pueblo jiennense dedicarse a la pintura? ¿Qué pudo sufrir, cuánto le costó?

Yo sé algunas cosas de su llegada a Madrid, que ya contaré algún día. Durmió la primera noche en la Pensión "La Soga", sentado en un banco corrido con decenas de personas, apoyada su cabeza, como la de todos los demás, en una soga que el patrón se encargaba de soltar de madrugada para despertar a los huéspedes.

En Australia estuvo cortando árboles y gracias a mi gestión y a la de otras personas amigas le conseguimos una pensión de más de cuatrocientos euros, que estaba cobrando desde hace años. Su comentario al recibir la primera paga fue: ¡Vaya mierda! Ese era su carácter y así, con él, nos reíamos.

Todo esto lo escribo porque yo lo conocía muy bien. Seguramente su gran amigo Quintanilla conocía mejor su obra, pero yo era el que diariamente mantenía la relación de amistad con El Maestro, como ya he dicho que le nombrábamos.

Admiraba su obra, me emocionaba su pintura. Cuando me llevaba al estudio y me enseñaba su trabajo me quedaba atónito, pintaba dos cuadros a la vez: el que estaba imaginando en aquel momento y el que quedaba con los restos de la pintura que dejaba en otro lienzo. Era maravilloso, sensacional.

Y, ahora, cuando acaba de marcharse, es muy pronto para comentar vivencias, recuerdos, anécdotas, historias y demás, pero lo haré en su recuerdo, con el cariño que le tenía y con la amistad, muchas veces no entendida por todos, que nos profesábamos.

¡Ojalá que algún día la obra de Juan sea conocida y famosa como se merece! No por los que tenemos cuadros suyos, no por ser parte de sus amigos (Ángel, Paco, María José, Pepe, Diego, Paco, Jesús, Rafael, Brigitte, Alfonso, Concha, Pedro, Rosa...), sencillamente por el bien que puede hacer a la evolución del arte, a la comprensión de la eternidad, a la vida misma, a la humanidad.

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