Sólo el fin del mundo

Subir el volumen, bajar el nivel

Gaspard Ulliel, en una escena de la película de Xavier Dolan.

Gaspard Ulliel, en una escena de la película de Xavier Dolan. / shayne laverdiane / sons of manual

Lloró mucho el joven Dolan al recoger su segundo premio gordo (Grand Prix) en Cannes, ahora sin necesidad de compartirlo con un tal Godard, por este melodrama familiar, enésima variación del cronotopo del banquete distópico con el que el wunderkind canadiense entra ya en la Champions del cine de autor para las masas sensibles acompañado de un elenco all-star del cine francés.

A partir de la obra teatral de Jean-Luc Lagarce, Dolan se proyecta irremediablemente en el treintañero triste, observador y trémulo que regresa al hogar disfuncional después de 12 años de ausencia y unas cuantas postales. Escritor y dramaturgo de éxito, el personaje que encarna Gaspard Ulliel anuncia pronto que vuelve para despedirse, para comunicar la noticia, para ver por última vez los lugares de la infancia y la adolescencia diferente, para rescatar los vínculos rotos con una madre (Baye), una hermana pequeña (Seydoux), un agresivo hermano mayor (Cassel) y una cuñada (Cotillard, a quien siempre nos gusta contemplar incluso en medio del desastre) que respiran y sudan una impostada vulgaridad de la que él, flotando en el espacio, ya está muy alejado.

Dolan acerca la cámara a los rostros y ojos vidriosos y busca sublimar el tiempo presente con la ayuda de ralentís y músicas de Gabriel Yared, aunque no puede resistirse a soltar a la bestia del histrionismo y el vocerío catártico ni tampoco a esas pinceladas posmodernas y amaneradas marca de la casa en forma de videoclip a todo volumen en mitad de la trifulca o como recuerdo de un tiempo idealizado.

A los postres, el estilo y el registro interpretativo se desatan ya sin control alguno, buscando la lágrima con tan poca sutileza como insospechada efectividad ajena a tenor de los sollozos del señor acreditado de mi derecha.

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