Cultura

Se acabó la Parranda: viva la antipoesía

  • Muere a los 103 años el chileno Nicanor Parra, profundo renovador de la poesía en lengua castellana y Premio Cervantes en 2011

  • Deja tras de sí un legado colosal

Nicanor Parra, en una imagen tomada en 2001 en su casa de Las Cruces (Chile).

Nicanor Parra, en una imagen tomada en 2001 en su casa de Las Cruces (Chile). / mario ruiz / efe

Uno de los episodios fundamentales en la biografía de Nicanor Parra tuvo lugar en 1970. Aquel año, el poeta, que entonces ejercía como profesor de Mecánica Teórica en la Universidad de Chile, asistió al Encuentro Internacional de Escritores que convocaba la Biblioteca del Congreso, en Washington; y, en el marco del mismo, aceptó participar en una reunión social en la Casa Blanca que tenía como anfitriona a la primera dama y esposa del presidente Nixon (poco después, Parra se referiría a aquella recepción como "una bienaventurada taza de té"). La cuestión es que, tratándose de Nixon, con EEUU metido a sangre y fuego en Vietnam, aquella taza de té le salió más cara de lo que seguramente pensaba: la izquierda latinoamericana que con tanto fervor se había puesto a sus pies lo consideró un traidor e inició una campaña de desprestigio que alcanzó cimas notablemente virulentas (Cuba condenó a Parra al tacharlo de lacayo del imperialismo y lo expulsó del jurado literario de la Casa de las Américas). El poeta no justificó su decisión, pero si reivindicó su derecho a tomar té con quien le diera la gana y, más aún, a molestar a todo el mundo, independientemente de su signo político. Y así lo siguió haciendo, también después del golpe de Estado de Pinochet en 1973, hasta el mismo día de su muerte. Nicanor Parra falleció ayer martes en Santiago de Chile a los 103 años después de haber recibido el Premio Cervantes en 2011 y, más aún, de haber protagonizado una de las revoluciones más poderosas de la lengua castellana a través de la invención de la antipoesía. La influencia y el legado que quedan son colosales.

Vino al mundo Nicanor Parra Sandoval en 1914 en el pequeño pueblo de San Fabián de Alico, a unos cuatrocientos kilómetros al sur de Santiago. Fue el mayor de ocho hermanos: la tercera en el orden natalicio fue la cantante y compositora Violeta Parra, autora de himnos como Gracias a la vida, a la que Nicanor siempre admiró y reivindicó, especialmente tras su trágica muerte en 1967. En 1932 se trasladó a Santiago, donde comenzó a estudiar Física y Matemáticas, a la vez que conocía a jóvenes poetas chilenos como Jorge Millas y Luis Oyarzún. En 1934, la lectura de la Antología de poetas españoles contemporáneos (1900-1933) que publicó en Chile el escritor y crítico malagueño José María Souvirón, muy amigo de Pablo Neruda, dejó una profunda huella en Nicanor Parra; tanto, que en 1937 publicó su primer libro, Cancionero sin nombre, bajo la (bien explícita) influencia de Federico García Lorca. A partir de entonces, Parra continuó escribiendo y publicando versos en plataformas como la Revista Nueva que él mismo fundó junto a Jorge Millas y Carlos Pedraza, mientras trabajaba como profesor de Matemáticas en varios liceos. En 1943 viajó por primera vez a EEUU para realizar los estudios de posgrado en Física y Mecánica Avanzada en la Universidad de Brown Rhode Island y conoció de lleno la poesía de Walt Whitman, que le inspiró ya aquel año sus Ejercicios respiratorios. Pero la revolución definitiva aún habría de prender.

La 'Antología' que editó el malagueño José María Souvirón en Chile fue una influencia clave en ParraAfirmó Roberto Bolaño: "Escribe como esperando la descarga eléctrica que acabará con su vida"

Su segundo libro tardó en llegar, pero en él Nicanor Parra puso todas las cartas boca arriba: Poemas y antipoemas (1954) significó la primera manifestación de la antipoesía, la aventura estética con la que devolvía a la poesía el lenguaje común, del hombre corriente, en una elevación sin precedentes; la antipoesía huía de los estilismos, del esmero lírico, de la figura literaria y del ripio galante para hacerse rápida, directa y sobre todo imprescindible. En su Manifiesto de 1963, Parra trazaba con claridad su particular credo antipoético: "Para nuestros mayores / la poesía fue un objeto de lujo / Pero para nosotros / es un artículo de primera necesidad: / No podemos vivir sin poesía (...) Nosotros conversamos / en el lenguaje de todos los días / No creemos en signos cabalísticos". Poemas y antipoemas cosechó un gran éxito en Chile, que se repitió con Versos de salón (1960) y Canciones rusas (1967). En 1969, su Obra gruesa, suerte de obra completa (en la que Parra se negó a incluir su primerizo Cancionero sin nombre) ganó el Premio Nacional. Su escritura se hacía cada vez más libre, irreverente y a la vez capaz de abarcar todo lo relativo a la experiencia humana, en un abismo en el que se citaban lo mismo el latino Catulo que su admirado Vicente Huidobro ("Cordero de dios que lavas los pecados del mundo / dame tu lana para hacerme un sweater", en La camisa de fuerza). En 1972, la primera aparición de sus Artefactos, verdaderos hitos de la poesía visual escritos fugazmente en los más diversos soportes (hojas sueltas, servilletas, platos y prácticamente cualquier superficie), añadía más argumentos a la transformación de Nicanor Parra en leyenda. Aquel mismo año apareció en Seix Barral la primera edición española de los Antipoemas y también por primera vez se postuló el nombre de Nicanor Parra para el Premio Nobel. Su candidatura ha sido recurrente desde entonces gracias al apoyo de seguidores como Harold Bloom, pero sin éxito. Desde luego, en pocas ocasiones habrá tenido la Academia Sueca tantas oportunidades para dar en el clavo.

La leyenda continuó creciendo a través de títulos como El anti-Lázaro (1981), Chistes para desorientar a la policía (1983), Hojas de Parra (1985), su asombrosa versión de El Rey Lear de Shakespeare titulada Lear, rey & mendigo (2004) y Discursos de sobremesa (2006). Especial relevancia adquirió la publicación de sus Obras completas & algo +(Galaxia Gutenberg), en dos volúmenes entre 2006 y 2011, con edición supervisada por el propio Nicanor Parra y al cuidado de Ignacio Echeverría: se trataba de una labor titánica por cuanto la obra del chileno, increíblemente fecunda y dispersa y escrita en los formatos más inverosímiles, parecía ya a prueba de cualquier intento de reunión. En cuanto a las antologías, destacan Parranda larga (2010), publicada por Alfaguara, y El último apaga la luz, puesta en circulación por Lumen en 1993 y recuperada en una recomendable reedición hace sólo dos meses. Mientras tanto, la escritura de Parra se iba haciendo más intensa y a la vez más impulsiva, urgente, más favorable al signo que a la palabra, a la imagen que al verso, sin dejar de ser poesía. O antipoesía. Hasta muy poco antes de su muerte.

La influencia de Nicanor Parra, especialmente en América Latina, constituye un legado inabarcable. Posiblemente haya sido su apóstol más avanzado el recordado Roberto Bolaño, quien situó siempre a Parra como su influencia más notoria. Del antipoeta afirmó una vez el autor de Los detectives salvajes: "Su pulso es único. Escribe como sabiendo que tras el punto final recibirá la descarga eléctrica que acabará con su vida". Frente a tanta impostura y tanto ganapán, la vacuna de la antipoesía sigue siendo necesaria. Culos al aire.

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