Análisis

NICO GARCÍA

Coja un silbato

Jugadores, técnicos y padres, pesados todos, intentan influir en la decisión del árbitro

Tiene que ser el que más pendiente esté de la jugada. No tiene un descanso relativo porque el esférico está en la parte opuesta del campo, sino que sus dos ojos son casi insuficientes para todo lo que ocurre en el terreno de juego. Sin embargo, el colegiado recibe decenas de estímulos externos que no ayudan a ejercer su labor, algo que no se entiende en fútbol base, cuando lo que debe predominar -en teoría- es la formación de los futbolistas por encima de los resultados. Está el pequeño jugador, que fijándose en sus diferentes modelos de conducta, está más pendiente de decirle al árbitro lo que tiene que hacer en lugar de dedicarse a jugar. Está su técnico, se supone que formador, pero que da otra imagen, intentando influir en todas las decisiones que tome el trencilla. Y también el familiar en la grada, cuyo papel debería limitarse a animar a su joven deportista en un momento de ilusión para él, pero el mayor aprovecha ese tiempo para desahogarse. Hace la labor del entrenador que cada uno lleva dentro, dando indicaciones a su hijo o sobrino, aunque éstas sean contrarias a la del entrenador. Y también centra su atención en el árbitro, diciéndole qué hacer. Algunos también lanzan improperios porque se creen que, a diferencia de la calle, en un campo de fútbol vale todo.

Es cierto que hay algunos colegiados malos, pero no justifica que nadie se tenga que meter en su labor. Y también es cierto que hay otros chulos, que se creen superiores por ser el juez del partido, cuando lo idílico sería que fuese el menos protagonista de todos los que están en el terreno de juego. No puede ser que se dirija con prepotencia al hablar, por mucho que le digan. Sanción y punto, pero nunca chulería. Y otros que quieren que prevalezca la ley por encima del sentido común. Apuntado esto, a todos aquellos que están gran parte del encuentro intentando influir en la decisión del colegiado les invito a que cojan un silbato. Porque desde fuera es muy fácil hablar.

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