Análisis

PACO GREGORIO

Desayuno con Florentino

Marcarse el pegote de desayunar en el 'Palace' tiene cosas como que, de repente, surja Florentino

Casualidad, nombre femenino. Causa o fuerza a la que supuestamente se deben los hechos y circunstancias imprevistos, especialmente la coincidencia de dos sucesos. Eso, una pura coincidencia de lo más enrevesada fue la que viví hace apenas unos días en la capital del reino. Y merece la pena ser contada. Uno no es que sea muy entendido en el arte de la tauromaquia, pero si su progenitor le pide acompañarlo a Las Ventas, pues allí que se planta. La tarde prometía, pero el ganado de Jandilla aguó lo que la lluvia no quiso torcer. Como quiera que no hay quinto malo, Castella le cortó una oreja a Husmeador y al menos no volvimos de vacío. La jornada a nivel gastronómico había sido cum laude, pero mi padre albergaba el capricho de desayunar en el Ritz. Un día es un día, que dice aquel. A la mañana siguiente, antes de emprender el camino de regreso, nos encaminamos al lujoso hotel con la mala fortuna de que está siendo reformado tras ser adquirido por un grupo árabe por la nada desdeñable cifra de 130 millones. Como quiera que ya andábamos por allí, cruzamos la rotonda de Neptuno y nos adentramos en el Palace para desayunar bajo su famosa cúpula. Tomamos asiento y mientras esperábamos el café y la tostada apareció por el hall la figura de Florentino Pérez. A mi padre, madridista confeso desde tiempos de Santiago Bernabéu, hube de contenerlo para no protagonizar un remake de 'La ciudad no es para mí', con Paco Martínez Soria en uno de sus papeles estelares. El presidente blanco se sentó en la mesa de al lado y tras consultarle discretamente a una de las camareras, llegamos a la conclusión de que no le incomodaría el 'atropello'. Así fue, Florentino se prestó a la foto y departió unos minutos con nosotros antes de tomar un jet privado hacia Belgrado, donde jugaban la final de la Euroliga. Nunca vi tanta felicidad en el rostro de Paco, mi padre. Tanto es así que los 27 euros por dos cafés con leche y dos tostadas quedaron en una anécdota.

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