Vaya por delante la felicitación y el reconocimiento al Real Madrid por haber conseguido lo que nadie; tres ligas de campeones de forma consecutiva, cuatro en cinco años, trece en total, lo que indiscutiblemente le pone por encima de todos los demás como el rey de copas…de Europa. El sábado por la noche le ganó de forma merecida a un Liverpool que si bien no caminó solo, tuvo que hacer frente a una serie de infortunios que comenzó con la lesión de su estrella, Mohamed Salah, y siguió con dos maravillosas cagadas del portero red, el alemán Karius. También es de destacar la lesión de Carvajal que podría hacerle perder el mundial, la mala suerte del lateral blanco que ya se vio ausente de la Eurocopa por idéntica situación. Pero el fútbol es así, y al final ese cúmulo de circunstancia son las que determinan el resultado de un deporte donde los imperfectos juegan un papel protagonista a la hora del análisis final de la contienda. Por todo eso, y también por los aciertos, el Real Madrid se volvió a coronar campeón continental. Un torneo con un valor excepcional, puesto que allí miden músculo los más poderosos de Europa. Ganó el Madrid y llegaron los festejos, hasta la aparición en los micrófonos de Cristiano Ronaldo, quien pasó desapercibido en el partido. El 7 puso la lupa en él, como no podía ser de otra manera. El luso así como falló un mano a mano con Karius, falló en su interpretación del momento. Nada de lo que dijo de manera consciente tocaba, ni en ese lugar, ni en ese instante. Nada de lo que soltó fue respetuoso ni considerado. Ni siquiera sus maneras tenían nada que ver en el césped del Olímpico de Kiev, donde tocaba festejar el triunfo. Ronaldo encendió el fuego y Bale acercó las ascuas, para que la decimotercera se convirtiera en una cosa menor. El galés también puso en duda su continuidad, con el ventajismo de los dos goles convertidos. A ninguno de ellos les importa el club, o al menos, eso es lo que parece.