Me encanta viajar, es una de mis pasiones junto con el deporte. De hecho, el 14 de julio salgo de trabajar a las nueve de la noche, me voy a la estación, cojo el bus para Madrid, llego a la capi al día siguiente, cojo otro bus para Zamora y echo a andar dirección Astorga. Y paso a paso irán cayendo León, Oviedo, Gijón, Villalba (ya es casualidad), La Coruña, Ferrol y Santiago de Compostela. Vamos, que viajo como sea y adonde sea de placer. Ahora, cuando es por temas de trabajo, la cuestión es diferente. Y si encima necesitas exigirle al cuerpo intensidad durante 90 minutos, los kilómetros que pasan los riñones en un autocar son el peor castigo posible.

El año pasado, el Almería B tuvo dos viajes consecutivos a Asturias. Los equipos grandes tienen la comodidad del avión, los humildes tienen que llevarse hasta las almohadas para poder dormir en los incómodos autocares del fútbol de toda la vida. Las rodillas se entumecen, la zona lumbar y el cuello se contractura, el sueño no es precisamente plácido ni recomendable para un deportista profesional. Y encima eso, la mayoría de los jugadores del Pulpileño, por ejemplo, tienen otros trabajos, por lo que llegarán de Galicia de madrugada y muchos tendrán que irse al currelo con unas agujetas y unas ojeras que serán dignas de ver. Es lo que tiene el fútbol humilde, para mí tiene más mérito bajarse de estos autocares y hacer un buen partido, que tener no sé cuántos balones de oro. Divagaciones de un enamorado del balompié del Campo Municipal.

A Galicia y Castilla La Mancha se desplazan Pulpileño y Almería B, respectivamente. A estas alturas, prima más el momento de forma y la presión de los aficionados que la calidad de los futbolistas. Por eso, animo a la hinchada de Pulpí y a la del filial a que anime al máximo, porque las promociones de ascenso tienen un sabor muy especial. Suerte a ambos.