Análisis

pablo laynez

Proyecto de

Cristian Rodríguez está aprendiendo, pero su pedaleo deja claro que sobre la bici hay ciclista

Soy uno de tantos españoles que se enganchó al ciclismo gracias a Miguel Indurain. Apenas tenía siete años cuando ganó su primer Tour de Francia y me recuerdo viendo la tele en verano, con un ventilador enfrente, para que los sudores por el calor y los nervios disminuyesen. Difícil de olvidar el mítico descenso que el navarro realizó en la edición de 1993 para alcanzar a Tony Rominger y cimentar su victoria en pleno Tourmalet. Pero el pentacampeón no es el único que uno recuerda con especial cariño, yo era también muy del Chava. Fue el primero en ganar en El Angliru, un puerto que desde entonces es uno de los míticos de La Vuelta a España. En medio de aquella nieblina tan típicamente asturiana, el abulense se retorcía sobre la bicicleta para ir recortándole metros a Tonkov, que marchaba primero cuando quedaban cinco kilómetros para coronar el puerto y, por lo tanto, alcanzar la meta. Así, hasta con los coches obstanculizándole porque se les había quemado el embrague de lo empianado que estaba el Angliru, el Chava terminó de acrecentar su leyenda al superar al ruso en un final de ésos que hacen que el ciclismo brille. Lástima la lacra que le persigue, la bicicleta no se lo merece. Pues bien, entre la nueva hornada de ciclistas hay un almeriense que, de momento, tiene ganas, tiene ilusión y tiene piernas. Daba gusto ver subir a Cristian la Cuesta Blanca (3º categoría), el Mirador de Lucainena (4º), el Balcón de Sierra Alhamilla (3º) y el Alto de Turrillas (2º), donde se proclamó campeón de la montaña el pasado domingo en la Clásica de Almería. El ciclismo es un deporte muy puñetero, el desgaste físico al que están sometidos los profesionales no es comparable a ningún otro. Por eso, además de técnica y táctica, hay que tener un corazón a prueba de bombas, una fuerza mental privilegiada y unas piernas de acero. Y Cristian, todavía bisoño, apunta a ello.

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