Análisis

txabi ferrero

El gol y sus muchas celebraciones

Cada cosa por su nombre y un nombre para cada cosa. Los centros templados y el chocolate, espeso. El gol que firmó Hicham Khaloua contra el Barça B tuvo su valor, el de una muy importante victoria, y también su precio, el de la confusión. El delantero hispano-marroquí, nacido en San Javier, celebró su primer tanto de la temporada, a su manera. Hay quienes dicen que apuntó al oído y otros defienden que fue a la sien. Los más maliciosos sostienen que lo suyo fue un desaire a la afición. El jugador ha salido al paso de estas alusiones, acaso rebuscadas y torticeras, y ha defendido que su gesto fue algo natural, sin ninguna carga negativa.

La suya fue una celebración, eso sí, con membrete. Su destinatario fue su... peluquero, según su propia versión, quien le dibujó el 19, el de su dorsal, en el parietal izquierdo de su cabeza. Un trabajo que el futbolista luce con agrado e incluso orgullo. No será este periodista quien entre a juzgar los gustos de cada cual y juguetee sobre cuestiones estéticas y periféricas al fútbol, todas muy personales, conveniencia y posible fealdad, desproporción o su punto de excentricidad y protagonismo. Opino que no hay goles feos.

Pueden o no pueden ser útiles y tener más o menos plasticidad, pero el gol, por su propia dificultad, nunca es feo. Es el que da sentido a este negocio. Las feas o, al menos poco afortunadas, son algunas de las celebraciones que suceden al momento más emotivo del fútbol. Si golear es el acto sublime de este deporte, no se entiende por qué algunos tratan de afearlo y lo complican tanto. Lo único importante de un gol es el gol en sí mismo y no cómo se festeja.

Es lo del dedo y la Luna. Hay quienes se quedan en los detalles y olvidan lo esencial, como hacen los malos centrales que se fijan solo en el balón y descuidan el marcaje.

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