La esquina

josé / aguilar

Aguirre se mete a contramano

EL incidente protagonizado por Esperanza Aguirre en la Gran Vía madrileña es de lo más corriente. Lo que no es corriente fue su reacción. No podía apelar al socorrido y tradicional "usted no sabe con quién está hablando" porque los agentes que la multaban por detener su coche en un carril bus sabían perfectamente a quién se enfrentaban, pero sí se comportó como alguien especial. Especialmente soberbio, prepotente, convencido de que merecía un trato desde luego excepcional.

Como en cualquier disputa menor a cuenta del tráfico, el aparcamiento y la Policía Local, las versiones discrepan. Algo es seguro: la presidenta del PP de Madrid estacionó indebidamente "un momentito" -lo que decimos todos en circunstancias similares-, se marchó en su vehículo sin recoger su copia de la denuncia de los agentes y tirando al suelo la moto de uno de los agentes, y desobedeció las indicaciones de éstos para que se detuviera. Metió el coche en el garaje de su casa y mandó a sus escoltas a hacer un parte amistoso del accidente.

No lo dejó ahí. En vez de disculparse por la infracción y la actitud, Aguirre cargó contra los policías señalando que son "unos viciosos de las multas", acusándoles de mentira y prepotencia, e incluso de machismo, y cuestionando la capacidad profesional de uno de ellos, que tuvo que ser atendido por una crisis de ansiedad tras el incidente. Para desafortunado remate, calificó de ilógico que se esté hablando tanto del caso cuando el etarra Bolinaga se encuentra en prisión domiciliaria, como si tuviera algo que ver una cosa con la otra (es el argumento falaz de todo el que hace algo mal: hay problemas mucho más graves en España, así que no comenten lo mío). "Con la que está cayendo...", concluyó. Frase manida y estúpida, número uno en el ranking de tópicos de los tertulianos, que debería estar hasta prohibida.

Sería paradójico que la carrera política de Esperanza Aguirre, que no ha sido truncada ni siquiera por su hostilidad mutua con Mariano Rajoy, se abortara por esta nimiedad. Todo es posible porque sus enemigos -internos, me refiero, que son los peores- son numerosos y poderosos. Casi todos secretos o discretos, pero algunos, como la vicepresidenta Sáenz de Santamaría o la alcaldesa Botella proclamaron ayer que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, y ante las ordenanzas municipales. Por otro lado, ¿qué podían decir, si no?

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