Amigo julio

Con él se ha ido una pata fundamental del realismo español de la segunda mitad del siglo XX

Casi sin hacer ruido, sutil y discreto, se ha ido Julio López Hernández. Hace unos veinte días supe por Antonio que había sufrido un infarto cerebral y estaba hospitalizado. A través suya he ido siguiendo su evolución, que no presagiaba nada bueno. Finalmente ha volado su espíritu, libre y poético, cuando acababa de cumplir los ochenta y ocho años. La última vez que estuvimos juntos fue en Melilla, el pasado noviembre, en un taller que impartíamos los tres a varios pintores. También por una escultura monumental para esa ciudad que íbamos a hacer conjuntamente. Nada hacía presagiar este ictus repentino; Julio tenía una fuerza y una energía desbordante, poderosísima. Con él se ha ido una pata fundamental del realismo español de la segunda mitad del siglo XX, del grupo que inició un nuevo camino creativo. Hace tan solo un par de años les llegó su consagración definitiva -quizá no para Antonio, que ya gozaba de los máximos laureles, pero si para el resto de miembros del grupo- con una exposición antológica en el Thyssen de Madrid. Casi al mismo tiempo, la Academia de Bellas Artes de san Fernando le dedicó a Julio una exposición retrospectiva de todo su trabajo, desde los cincuenta hasta hoy. Como su hermano Paco y el mismo Antonio, Julio miró a la realidad cotidiana más inmediata para buscar los temas de su obra. Retratos, bodegones e interiores; personajes normales -y vulgares-, singulares o anodinos. Un retrato de la triste y gris España de la dictadura, centrado en las personas, de sus poéticas y espíritus. Los realistas de Madrid nunca fueron artistas reivindicativos o críticos de la situación política; retrataron sutilmente la belleza de unas criaturas y unos paisajes un tanto desesperanzados, tristes y sin futuro. Algo que, inquietantemente, vuelve a tener una actualidad pavorosa. A julio le importaba mucho la poesía; siempre me comentaba los poemarios que había leído últimamente, a veces de poetas que yo desconozco casi por completo. Y creo que, en el fondo, llevaba a sus esculturas muchas de esas impresiones. Entre el corpus de su extensa obra siempre recuerdo "el Alcalde", sin duda una de las grandes obras maestras de la escultura europea del siglo XX, capaz de medirse en igualdad de condiciones con su admirado Donatello. O "el hombre del sur", sutil y delicadísimo yacente… Deja Julio, en fin, un legado portentoso, merecedor de un gran museo para las generaciones venideras.

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